lunes, 14 de enero de 2013

PSICOLOGIA - Los albores de la vida psíquica o personal

Para mejor comprender la génesis de este conjunto de actividades globales, unitarias,
indivisibles, intencionales y significativas que constituyen la denominada actividad personal o
individual de los seres vivos y cuyo estudio constituye hoy el objetivo principal de la moderna
Psicología, vamos a auxiliamos de la imaginación científica y con su ayuda vamos a dar un
gigantesco salto atrás, para tratarnos de representar los albores de la vida en la llamada
nebulosa primitiva.
Siguiendo las ideas evolucionistas, podemos suponer que los primeros seres vivos del reino
vegetal aparecieron en el fondo de los mares, en donde las variaciones del ambiente —en
cuanto a temperatura, luz, humedad y movimientos—son relativamente suaves y lentas, de
manera que es más fácil la persistencia de cualquier forma orgánica y de cualquier ritmo de
reacciones fisicoquímicas.
Es así como en un momento dado, hace muchísimos millares de siglos (once upon a time,
como dirían los ingleses), por agrupación especial de complejas moléculas de carbono, se
crearon los anillos propios de la serie orgánica de la química y surgieron las primeras micelas,
es decir, minúsculas porciones de sustancia viva, aún no estabilizadas en una forma visible al
ojo. Esas micelas, no obstante, se aglutinaron y unieron —de un modo semejante a como
proliferan los cristales de un cuerpo mineral—, y constituyeron el llamado protoplasma
(plasma primitivo); éste, a su vez, adquiriendo límites y persistencia, constituyó los protofitos,
o sea, las primeras plantas, de tamaño microscópico, que debieron poblar entonces el fondo de
los mares, introduciendo en ellos el primer soplo de animación.
Pues bien, ya desde entonces, cabe suponer que las moléculas o micelas de ese protoplasma
submarino, al recibir el impacto de nuevas o bruscas modificaciones del ambiente
fisicoquímico (alteraciones de tensión osmótica, densidad, carga eléctrica, etc., engendradas
por corrientes marinas, cataclismos geológicos, etc.), acusasen una modificación en el decurso
de sus intercambios químicos con el exterior, de suerte que hubiese una alteración de su
primitivo "ritmo nutritivo o metabólico". Este se vería transitoria o definitivamente
comprometido (y en tal caso surgiría la pequeña muerte en aquella minúscula forma vital)
siempre que existiese un desnivel excesivo entre la coherencia íntima de su estructura
fisicoquímica y el efecto alterante de las excitaciones o estímulos externos. Del propio modo
como, por ejemplo, un objeto pierde su forma y "muere" (simbólicamente hablando) si al caer
al suelo la violencia del golpe (impacto mecánico) es superior a la coherencia interna que
mantiene trabadas sus moléculas en una disposición permanente. En nuestro caso, podemos
imaginar que un cambio excesivamente intenso del ambiente podría originar la denominada
"gelificación" del protoplasma, o sea, un estado de precipitación coloidal que, si alcanza a un
número grande de sus micelas, puede ser determinante de una parálisis total del metabolismo,
engendrando un "shock mortal" y convirtiéndolo en sustancia inerte. Así, pues, desde que
comienza la vida, comienza la muerte, y antes que ésta sobrevenga se observa una
disminución o detención pasajera de las reacciones químicas que constituyen el ritmo normal
de la actividad nutritiva de las células. Tan pronto como una primitiva circulación —hecha a
base de corrientes iónicas determinadas por desniveles de tensión osmótica o potencial
eléctrico— permita difundir y globalizar los efectos dañinos de esos estímulos demasiado
bruscos e intensos, se observará en animales, e incluso en plantas muy inferiores, la tendencia
a inactivarse, esto es, a lentificarse o reducirse las actividades vitales en conjunto, cuando tal
situación alterante ocurre.
Y bien: en esa reacción de inactivación encontramos la primera muestra de un
comportamiento individual, o sea conjunto, global y unitario. Esto es, nada más ni nada
menos que el principio de una vida personal o psíquica en el ser. Naturalmente que esa vida
no supone aún la existencia de conciencia. Cualquiera de nosotros puede hacer la experiencia,
cada noche, de despertarse en distinta postura que se acostó. Ello significa que se ha movido
(respondiendo quizás, a un ruido o a una pulga, a una presión excesiva en un punto del
cuerpo, a un exceso de frío o de calor en la piel, etc.), sin haberse dado cuenta de 'ello. Quiere
eso decir que la vida psíquica o personal no tiene por qué acompañarse de conocimiento. El
movimiento es anterior a la conciencia, tanto en la evolución de las especies vivas como en la
historia individual del hombre.
Si ahora penetramos un poco más en el significado de esa reacción paralizante y la
observamos en seres vivos de mayor complicación, nos daremos cuenta de que es sentida por
éstos en forma de un malestar angustiante (angustia significa estrechez, ahogo, o sea,
limitación o encogimiento), de una impresión de progresiva invalidez o impotencia, a la que
se denomina MIEDO. Así, pues, los albores de la vida personal o psíquica se caracterizan por
la presentación de fenómenos de muerte parcial y pasajera, que, más adelante, serán sentidos
por el sujeto bajo la forma de emoción miedosa.

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