jueves, 1 de octubre de 2015

HISTORIA ANTIGUA - La hegemonía de Tebas y la época de Filipo de Macedonia

FILIPO DE MACEDONIA La anarquía se apoderó entonces de Grecia. Las distintas ciudades no poseían fuerzas para imponerse, pues las viejas rencillas las carcomían; de modo que aparecían por todas partes conflictos que quebraban la tradición de unidad o solidaridad reinante en algunos sectores de Grecia. La ocasión era, pues, propicia para que algún vecino poderoso diese ahora el golpe de mano que antes había intentado el rey persa, porque era difícil que las ciudades griegas recobrasen ahora el vigoroso sentido de la unidad helénica que antes las había unido contra el invasor. Estos vecinos no podían ser sino el mismo Imperio Persa o Macedonia. Este último Estado había crecido en poder y en prestigio en el curso de la primera mitad del siglo IV, y encontró en su rey Filipo —que subió al trono en 359— el conductor que necesitaba: era un hombre resuelto y ambicioso, y había hecho su preparación militar a las órdenes de Epaminondas, mientras permaneció en Tebas como rehén, después de las expediciones que los tebanos hicieron contra su patria. Filipo comenzó por organizar un ejército de extraordinaria eficacia, por la calidad de sus componentes, la eficiencia de su preparación y, sobre todo, por su conducción táctica y estratégica. Con él derrotó rápidamente a sus vecinos del Norte y del Oeste, y se dispuso entonces a conquistar la Tracia y las ciudades marítimas de la costa macedónica, vinculadas a Atenas por sus intereses comerciales. Luego que obtuvo estas regiones —ante el espanto general de los estados griegos— consiguió apoderarse de Tesalia, y, a partir de ese instante, pudo como vecino introducirse en los asuntos privados de las ciudades de Grecia central, de modo que, al cabo de pocos años, constituyó un peligro evidente para todos los que ansiaban conservar la antigua libertad. Quienes vieron con más claridad este peligro fueron los atenienses, a quienes despertó de su apatía el orador Demóstenes. Pero tampoco entre ellos era unánime la opinión de que Filipo constituía un peligro grave, de modo que fue necesaria la agresión que el rey de Macedonia llevó contra la Grecia central en 338 para que los atenienses se resolvieran a seguir las inspiraciones de Demóstenes; entonces, una vez aliados los tebanos y los atenienses, ofrecieron batalla, pero Filipo los derrotó en Queronea, por lo que la victoria puso en sus manos el destino de todos los estados griegos. A partir de ese momento, Filipo se comportó como un consumado político. Decidió tratar con benévola moderación a los vencidos y los convocó para que enviaran diputados a un congreso que se celebraría en Corinto. Allí logró que prestaran su asentimiento para la constitución de una confederación —la Liga Helénica— cuya política exterior y cuyos ejércitos dirigiría Filipo; en cambio, la Liga no intervendría en los asuntos interiores de cada estado, que se seguirían rigiendo por sus instituciones como hasta entonces. De este modo, el rey de Macedonia neutralizaba la resistencia que podrían ofrecerle las ciudades sometidas, y lograba proveerse del instrumento que necesitaba para realizar sus sueños de conquista. En efecto, Filipo había sostenido que la unificación de Grecia era imprescindible para prevenir el peligro de la invasión persa. Esta hipótesis era poco verosímil, pero tenía profundo valor de sugestión y, sobre todo, respondía al secreto pensamiento de Filipo, que era la conquista del Asia. Este proyecto fue el que se aprestó a realizar cuando hubo logrado la constitución de la Liga Helénica: concentró el ejército aliado, preparó sus planes, y, cuando se disponía a realizarlos, cayó asesinado por uno de sus oficiales, el año 336. El sueño de la conquista parecía fracasar.

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