lunes, 26 de octubre de 2015

HISTORIA ANTIGUA - Las primeras invasiones y el reinado de Teodosio

LA CULTURA DE LOS ULTIMOS TIEMPOS DEL IMPERIO El rasgo predominante de la cultura del Bajo Imperio es su orientalización. La fundación de Constantinopla y la radicación de la sede del gobierno en ella no son hechos circunstanciales. Por esa época, era el Oriente la parte más importante del imperio y eran las influencias orientales las que se sentían con mayor intensidad. Esta característica se acusó muy pronto, sobre todo en las artes plásticas. Quizá la obra maestra de la arquitectura de este período sea el magnífico palacio —una verdadera ciudad—que Diocleciano mandó construir en Spalato, en la actual Yugoeslavia. Predominaban en él las líneas curvas y se notaba cómo por entonces prefería el gusto romano las bóvedas y las cúpulas; estos elementos formaban parte ya de la estructura de las termas de Caracalla, y aparecieron también en la basílica de Constantino —ambos edificios en Roma—, y en las construcciones que adornaron Constantinopla. Los arcos de triunfo se modificaron. El de Septimio Severo y el de Constantino revelan ya una complejidad en las formas que los diferencia sensiblemente de los antiguos; y la suntuosa decoración que aparece ornamentando todas las construcciones revelan, decididamente, la influencia oriental. Del mismo modo, las estatuas que nos han llegado de los emperadores —las de Constantino, especialmente— son, en este período, producto de una sensible transformación del gusto; por sus proporciones, generalmente monumentales, por su expresión y por su técnica, son, en general, de marcada influencia oriental. Las letras revelan, durante el Bajo Imperio, cierta declinación; el latín se barbariza y falta la inspiración, a la que reemplaza cierto alarde retórico. Los escritores paganos se dedican a la historia, como Aurelio Víctor, Eutropio o los autores de la Historia Augusta; otros cultivan la poesía, como Claudiano o Rutilio; y algunos practican el género epistolar u oratorio. Hubo también, en esos siglos, escritores cristianos de valor, entre todos los cuales los de mayor significación son Tertuliano, el autor de El apologético, y San Jerónimo, de quien nos han quedado unas magníficas cartas y algunos tratados históricos y religiosos. Hubo también, por entonces, un extraordinario florecimiento de la literatura religiosa en lengua griega: Orígenes y Clemente de Alejandría son, sin duda, los más significativos; pero no faltó a la tradición pagana quien la defendiera, como lo hicieron Celso y Porfirio. Epoca de intensa inquietud, la polémica fue la actividad constante de los hombres de pensamiento, y ese carácter revela la producción filosófica y literaria.

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