martes, 8 de septiembre de 2015

HISTORIA ANTIGUA - La era de la dominación persa

LOS SUCESORES DE CIRO El primer sucesor de Ciro fue su hijo Cambises. Su conducta no fue la de su padre; era orgulloso y cruel, y más tarde se advirtió que era demente. Con todo, su acción fue, en los primeros tiempos, vigorosa y fructífera, porque logró agregar al imperio el Egipto, aunque después fracasó en el sometimiento de las regiones vecinas. Al fin, tras dar muestras de su locura con multitud de hechos, Cambises se suicidó N' el reino persa cayó en manos de un usurpador; pero no duró mucho, y al fin fue elegido rey Darío, un hombre de espíritu superior que siguió la política iniciada por Ciro. Darío no fue un conquistador sino que dedicó sus energías y su actividad a la organización del vasto imperio que le habían legado sus antecesores. Debió reprimir sublevaciones y vigilar las fronteras; pero nada le preocupó tanto como estimular el desarrollo de las riquezas y asentar la prosperidad general sobre leyes justas y respetadas. Para lo primero, Darío fomentó el comercio con la India y trató de aprovechar la actividad de los fenicios y los griegos de la costa de Asia Menor. Para lo segundo, ideó un vasto plan administrativo y político que consistió en dividir el imperio en satrapías, cada una de las cuales estaba gobernada por un sátrapa, cuyas instrucciones eran tratar de respetar las características propias del país y estimular su desenvolvimiento dentro de sus tradiciones. El Gran Rey, como se le llamaba, era un jefe absoluto, pero su poder estaba destinado a asegurar la justicia y se ejercía no sólo por medio de sus sátrapas, sino también por conducto de los inspectores que enviaba para controlar la conducta de éstos y averiguar si expoliaban y oprimían al pueblo. Igualmente, trató de organizar el ejército, los correos, las vías de comunicación terrestres y fluviales; ciertamente, tuvo éxito, pero su vida fue breve para la inmensa tarea que significaba aglutinar estados tan diversos como los que reunía en sus manos. Por eso, cuando tuvo que enfrentar a los griegos después de 497, comprobó con dolor que su obra no había madurado, y las guerras médicas constituyeron un revés para su pueblo.
DARIO III. El último descendiente de la familia de los Aqueménidas fue Darío III. Con él sucumbió el vasto imperio que había formado Ciro y organizó Darío I.
Los sucesores de Darío carecieron del vigor y el genio que caracterizaron a los reyes que les habían precedido en el trono persa. Se mezclaron en los conflictos de los griegos y comenzaron a aparecer como una amenaza cada vez más próxima para la seguridad de esos pueblos, de modo que los reyes de Macedonia decidieron acabar con la dinastía aqueménida. El plan lo preparó el rey Filipo, pero lo cumplió su hijo Alejandro, que derrotó a Darío III y conquistó el territorio íntegro del Imperio (332-323). Los tiempos de esplendor se caracterizaron en Persia por un notable desarrollo de las artes plásticas; no fueron éstas muy originales —acaso porque les faltó tiempo para madurar—; pero revelaron un notable sentido de la grandiosidad y cierta capacidad para fundir cuantas influencias hallaron dignas de ser imitadas. Los edificios más suntuosos fueron los palacios reales, en los que se encerraban vastas salas y abundaban las columnas, los frisos y los bajos relieves. Las tumbas de los reyes, en cambio, fueron más bien sencillas y solían imitar los hipogeos egipcios. Estas tumbas estaban decoradas siguiendo las alegorías propias del culto persa de los muertos. Esta creencia en la vida de ultratumba estaba estrechamente relacionada con la doctrina religiosa que había enseñado Zoroastro, un profeta del que la tradición decía que había vivido poco antes de la época de Giro. Explicaba Zoroastro que el universo está gobernado por dos fuerzas enemigas, una el bien, encarnada en Ormuz, y otra el mal, encarnada en Ahrimán. La lucha entre estas dos fuerzas caracteriza toda la existencia de la naturaleza y de los hombres, contribuyendo al triunfo de una u otra quienes practican el bien o el mal, la justicia o la injusticia. Del mismo modo, después de la muerte el alma es sometida a juicio y la del justo logra entrar en la llamada "mansión de los cánticos", en tanto que la del malo se precipita en los infiernos. Un culto especial, el del fuego purificador, mereció la más profunda devoción de los persas en esta época, porque representaba la luz, símbolo de Ormuz, el cual representaba, como ya sabemos, el Bien.

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