lunes, 8 de junio de 2015

PREHISTORIA - El Período Paleolítico

EL ARTE EN LA PREHISTORIA Uno de los más asombrosos hallazgos de la Prehistoria es el del arte prehistórico. Como tantos otros, fue obra de la casualidad. Su autora fue una niñita de cuatro años. El hecho, casi increíble, es, sin embargo, rigurosamente exacto. Ocurrió en 1880, en uno de cuyos días, Marcelino de Santoula, naturalista español que frecuentaba las cavernas existentes en el norte de su país, en busca de ejemplares para sus colecciones, se hizo acompañar de una hijita suya, en la visita que resolvió hacer a la caverna de Altamira. Mientras el padre se dedicaba a sus búsquedas, la niñita vagó a su placer, correteando por el interior de la caverna a la vera de su padre. En un momento en que se había alejado algo de él, retornó instándole vivamente para que le acompañara hasta uno de los rincones, para ver unos "toros", muy bonitos, que allí decía haber encontrado dibujados. El padre, como tantos otros investigadores hispánicos, había recorrido la cueva innumerables veces, sin haber parado nunca mientes en tales pinturas. De ahí su asombro cuando, cediendo por fin a aquellas reiteradas instancias, concurrió hasta el rincón indicado, donde halló las primeras muestras del formidable arte paleolítico. Los "toros" en cuestión resultaron ser los hoy famosísimos bisontes, orgullo de los investigadores europeos. Desde ese instante, convencido de la importancia y novedad del hallazgo, Santoula se dio a la tarea de dar a conocer tales muestras, reveladoras de la capacidad artística y de la mentalidad mágico-religiosa de aquellos primitivos, y en esa tarea agotó su vida. Hoy nos parece de tal suerte evidente la existencia del arte paleolítico, que no concebimos cómo pudo ser alguna vez negada; pero eso fue, sin embargo, lo que ocurrió. Voces airadas se levantaron por doquier, acusando a aquel espíritu noble, a aquel investigador probo de ser un farsante y un falsario. Las hipótesis más absurdas se levantaron en contra de la atribución a nuestros precursores paleolíticos de aquel arte tan lleno de vida y de esplendor. Hubo quien sospechó que se trataba de la obra de antiguos legionarios romanos; otros arguyeron que era evidente que se trataba de actividades de incultos pastores modernos. Como en el caso de Boucher de Perthes, a quien se pretendía negar la existencia del hombre prehistórico, Santoula debió insistir, una y otra vez, para acallar a sus perseguidores y, como aquél, murió sin que su triunfo hubiese sido reconocido abiertamente. Sin embargo, al igual que en el otro problema, la reiteración y la constancia de los hallazgos, dentro de su aparente y previsible variedad, obligó, aun a los más reacios, a ir reconociendo la futilidad de sus críticas. Cuando se hallaron representaciones de animales que, como el mamut, el rinoceronte y el elefante antiguo habían desaparecido del suelo de Europa occidental hacía millares de años, debió reconocerse que la seguridad del trazo, la viveza de las actitudes, la justeza de ciertos escorzos, no podían lograrse si no eran el resultado de una visión directa. Y estas mismas cualidades pictóricas obligaban a desechar las apresuradas tesis de que sus autores fuesen ya rudos legionarios, ya rústicos pastores. A los hallazgos españoles correspondieron los franceses, especialmente ratificatorios del carácter esotérico de este arte. Finalmente, los escépticos tuvieron que convencerse: ciertos hallazgos de grabados murales aparecían cubiertos, más o menos parcialmente, por incrustaciones naturales en las paredes rocosas, que denotaban haber sido realizadas en una remota antigüedad; la parte inferior de algunos otros desaparecía, por el contrario, por el espesamiento de los estratos de detritus no removidos, que contenían, a veces, restos de fauna fósil, humanos y de industria, correspondientes a épocas netamente paleolíticas. Todas estas pruebas combinadas, pues, contribuyeron a desacreditar la tesis escéptica y a llevar al ánimo de los investigadores, primero, y del público en general, después, la certeza de la existencia del arte prehistórico.
DEL ARTE RUPESTRE. Entre la fauna representada por el hombre paleolítico se destacan los bisontes de Altamira. Este es uno de ellos.

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