jueves, 11 de junio de 2015

PREHISTORIA - El Período Paleolítico

VESTIDOS Y ADORNOS Pese a estas características tan rústicas de ciertos aspectos de la vida, otras manifestaciones no lo son tanto. El vestido comienza a establecerse con características sexuales bien diferenciadas. Algunos guerreros debieron de usar ciertos adornos de cintas en las piernas, en tanto que las pocas representaciones femeninas que conocemos visten una especie de larga falda ceñida a la cintura (como se ve en el célebre fresco de Cogul o en otro, muy amplio, de Alpera). Los hombres debieron conservarse, por lo general, magros y enjutos, como prenda de elasticidad y ligereza que era imperativamente vital para sus actividades. La mujer, en cambio —a juzgar por las estatuillas venusinas—, fue ampliamente abundosa de carnes, con marcada esteatopigia, como rasgo de gran atractivo sexual. Por lo demás, hombres y mujeres debieron de tatuarse y pintarse, facial y corporalmente, decorándose con profusión de collares y abalorios; los hombres se adornaban el cabello con plumas. Por último —junto a estos detalles aparentemente frívolos, reveladores de intensa preocupación sexual—, recordemos que la magia, forma primera de la religión, aparece indudablemente en este tiempo. Reuniones esotéricas de cazadores —iniciados en una magia blanca de aproximación a animales de cuya caza depende su vida o en una magia negra defensiva contra depredadores y asesinos de la estepa— se forman en las sombras propicias del interior de las cavernas. Ese esoterismo manifiesto supone, asimismo, ceremonias de -iniciación (vale decir, separación religiosa de los miembros del grupo social en los excluidos, que obedecen, y los iniciados, que mandan). Y estas divisiones jerarquizadas de la antigua horda indiferenciada culminan en la existencia de un jefe (que la vida de guerra continua y de caza en común exige para la coordinación de las funciones de los miembros del grupo) y de un sacerdote (que debe reunir en sus manos las tareas de médico y de hechicero). Para mayor información, ha llegado hasta nosotros la efigie de uno de estos últimos, representada en las paredes de la caverna francesa de Trois Fréres, sin duda la más antigua representación de tal carácter que nos es dable conocer. Tanto su atuendo como otros detalles corroboradores, recogidos en otras cavernas, nos ponen sobre la pista de lo que debieron ser esas nacientes religiones de la prehistoria, anudamiento mágico entre los hombres y los animales, por medio de un antepasado mítico común, lo cual crea vínculos de un tipo especial entre los miembros del agregado humano y los animales de la especie de aquel antepasado mítico que se renueva. Es así como aparece el totemismo y como él satisface esas necesidades religiosas primarias que el hombre paleolítico siente y que no puede exteriorizar de manera menos concreta, ruda e irracional. Como se ve, el Paleolítico, lejos de ser un período homogéneo, es un largo, larguísimo proceso, en el que el hombre, adaptando gradualmente su vida a las cambiantes circunstancias del medio ambiente, va modificando las modalidades de su existencia. Casi animal ésta en los primeros períodos (Paleolítico inferior), va progresando técnicamente en la invención de su instrumental hasta llegar en los subsiguientes (Paleolítico superior) a manufacturar objetos decorados de rara belleza. Materiales nobles como el marfil, el hueso y el asta de reno son ornamentados en gran estilo, así como lo son, por las razones ya expuestas, las paredes de las cavernas que les sirven de refugio. Y coetáneamente con el arte —si no antes— nace la religión y la división de funciones en el grupo social. El final del Paleolítico (período aziliense) marca una transformación brusca de todas las más importantes características de la cultura hasta entonces adquirida. Es corno si las viejas poblaciones, portadoras de la cultura del Paleolítico superior, hubiesen sido barridas por la llegada de una nueva masa de población extraña a ese don patrimonial. Así parecería revelarlo, por ejemplo, lo que ocurre con el bello arte semiverista rupestre, que es totalmente abandonado, reemplazándosele por manifestaciones geometrizantes, altamente estilizadas, sin solución de continuidad. Este hiatos plantea uno de los grandes problemas de la Prehistoria, problema que, al menos por el momento, no podemos solucionar.

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