martes, 4 de agosto de 2015

HISTORIA ANTIGUA - La crisis de la República

MARIO Y SILA. Este hombre pudo ser Mario; era un caudillo popular dotado de grandes condiciones militares, y se había ilustrado en la guerra que Roma condujo contra Yugurta, rey de Numidia, en la que él había obtenido la victoria, así como también en las campañas triunfales que dirigió contra los invasores cimbrios y teutones. El peligro que para Roma significaron estas guerras permitieron que Mario ocupara el consulado repetidas veces, y de ese modo hubiera podido favorecer la política de su partido. Pero ante la oposición de la nobleza sólo supo acudir a la violencia, que ejercían sus lugartenientes sin freno ni control. Así se vio obligado, un día, a contenerlos por la fuerza, y perdió su prestigio entre los populares sin lograr la estimación de la nobleza, cuyo jefe, Sila, se levantó contra él y lo desplazó del poder. Sila alcanzó esa situación de caudillo de la oligarquía también por sus méritos militares. Conjuró los peligros de la insurrección que habían desatado los aliados itálicos —irritados por la inferioridad política en que se los mantenía— y luego venció a Mitrídates, rey del Ponto. Con el prestigio ganado en estas luchas y con la ventaja que le daba el apoyo de la nobleza senatorial, que lo reconoció como su jefe, Sila regresó a Italia desde el Oriente en el año 84 dispuesto a apoderarse del mando, que en ese momento detentaban los populares. Sila entró con sus fuerzas en Roma e instauró una dictadura violenta. Las penas capitales, las confiscaciones y proscripciones que ordenó le permitieron destruir toda organización enemiga, y así pudo dictar una serie de leyes que aseguraran a la nobleza el monopolio del poder. Sin embargo, su obra fue efímera. Cuando creyó que había cumplido su misión abandonó la dictadura; pero sus antiguos partidarios comprendieron que era imposible mantener la organización del Estado que él creara y se dispusieron a modificarla para favorecer a los elementos populares, labor que cumplieron Pompeyo y Craso. Pompeyo, sobre todo, se benefició con esta política, que le atrajo la simpatía de los humildes y de los ricos. Se le concedieron mandos militares importantes, y así pudo contar también con el apoyo de las tropas, gracias a lo cual su posición dentro del Estado se hizo privilegiada. Sin embargo, su posición intermedia entre sus antiguos partidarios y sus nuevos favorecedores permitió que, de uno y otro bando, surgieran hombres que podían hacerle sombra: fueron Cicerón en el bando senatorial y julio César en el de los populares. Una circunstancia singular acrecentó la autoridad de Cicerón, famoso orador y prudente político. El grupo extremista de los populares organizó una conjuración que dirigía Catilina. Cicerón, que el año 63 ocupaba el consulado, la denunció enérgicamente y contribuyó a sofocarla, uniéndose de ese modo definitivamente al partido senatorial, que vio en éla su representante más eminente. Debido a ello, Pompeyo, que acababa de regresar de una campaña triunfal por el Oriente, decidió apoyarse en los populares y concertó un acuerdo con julio César y Craso; se formó entonces un triunvirato que repartió entre sus miembros los puestos más importantes, gracias a lo cual pudieron controlar el Estado.
CORNELIO SILA Y POMPEYO RUFO. En estas monedas aparecen las efigies de los dos cónsules. Gracias a esta costumbre la Numismática ha permitido ahondar en la Historia.

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