jueves, 6 de agosto de 2015

HISTORIA ANTIGUA - La crisis del siglo III

DIOCLECIANO Diocleciano subió al poder el año 285. Era de origen ilirio, y se había formado en las filas del ejército, donde había adquirido prestigio y experiencia en los negocios públicos. Su obra de gobierno, cumplida a lo largo de veinte años de infatigable labor, tuvo consecuencias definitivas para el imperio, sobre todo en cuanto a su organización interior, hasta el punto que su reinado constituye un jalón en la historia romana: con él se inicia el Bajo Imperio. La transformación introducida por Diocleciano se caracterizó por el propósito de crear un régimen absolutista. Era la época en que florecía el Imperio Parto, cuyas modalidades políticas impresionaron a los romanos; en efecto, aquel florecimiento del viejo país persa fue explicado por el régimen autocrático que impuso la dinastía parta, y fueron muchos los jefes del imperio —sobre todo los de origen oriental, como Diocleciano— que juzgaron que la solución del problema romano consistía en imitar aquella organización. Esta idea dirigió los pasos de Diocleciano. Los restos de la tradición republicana que aún subsistían fueron eliminados. El emperador se hizo llamar dominus, que quería decir señor, y los súbditos fueron obligados a saludarlo con una genuflexión, como la que se acostumbraba a hacer ante los reyes orientales. Además, todas las funciones públicas se concentraron en manos de una burocracia directamente dependiente del emperador, transformándose el Senado en un cuerpo municipal de la ciudad de Roma. Diocleciano quiso, también, poner freno a las luchas civiles mediante un riguroso sistema para determinar la sucesión imperial. Dividió el imperio en dos partes —el de Oriente y el de Occidente— y, sin perder él la máxima autoridad, se reservó el mando directo del Imperio de Oriente, entregando el de Occidente a un colega. Además, cada uno de los emperadores debía nombrar un César, que sería su lugarteniente y, luego, su sucesor. A este sistema se le llamó la "tetrarquía", y Diocleciano lo puso en vigencia inmediatamente. Una política estatal muy firme y acentuada caracterizó el gobierno de Diocleciano. Todo aquello que, de cerca o de lejos, podía importar a la vida colectiva fue minuciosamente ordenado por el Estado, que legisló sobre precios, estableció controles oficiales sobre las diversas actividades y, sobre todo, procuró mantener a cada individuo en la misma profesión u ocupación que tenía, sin permitir a los soldados o a los campesinos, por ejemplo, que cambiaran de oficio. De este modo, Diocleciano inmovilizó la sociedad romana, y, si bien es cierto que evitó, de momento, que se volvieran a desencadenar los conflictos civiles, detuvo también todos los gérmenes de evolución y de progreso. Así ocurrió que el estancamiento general, y especialmente el estancamiento económico, prepararon la decadencia del imperio, que Diocleciano sólo pudo contener en su aspecto formal y exterior.
TERMAS DE DIOCLECIANO. Las termas eran grandes construcciones a las que concurrían los romanos para tomar baños fríos o calientes. Eran, además, algo así como clubes en los que se reunían las personas elegantes para conversar y distraerse. El grabado representa una reconstrucción ideal de lo que debieron ser. Da una idea de su difusión el hecho de que bajo el gobierno del cónsul Agripa, se construyeron sólo en Roma 170 baños públicos.

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