miércoles, 5 de agosto de 2015

HISTORIA ANTIGUA - La crisis del siglo III

LA ANARQUIA MILITAR Desde la muerte de Severo Alejandro hasta la asunción del poder por Diocleciano, el imperio se sume en una terrible confusión. Los diversos ejércitos provinciales se negaron a reconocer autoridad alguna que no hubiera sido nombrada por ellos, y así, al cabo de poco tiempo, comenzaron las luchas entre los distintos emperadores que, simultáneamente, eran designados por las diferentes fuerzas militares. Las consecuencias fueron terribles. De la antigua disciplina, de la organización institucional y legal del imperio, no quedó nada en pie en medio de este cataclismo general. Ni siquiera se salvó la unidad del imperio, porque algunas regiones —Galias, el reino de Palmira— se independizaron en la práctica, mientras las otras luchaban entre sí con una violencia extremada. Pero no fue eso la única consecuencia. Los enemigos que hasta entonces habían estado contenidos más allá de las fronteras encontraron propicia la ocasión para introducirse en el territorio imperial, y así se produjo la primera gran invasión bárbara en el imperio. Fueron los godos, sobre todo, los que más daños produjeron; entraron en la península de los Balcanes y la recorrieron y saquearon sin piedad, ante la impotencia de los ejércitos imperiales, a los que carcomía el virus de la guerra civil. Pero quedaban algunas reservas todavía en el viejo imperio, y, a partir del reinado de Claudio II, una marcada reacción comenzó a hacerse visible. Durante su breve reinado —desde 268 hasta 270—, Claudio II, a quien llamaron el Gótico, pudo organizar sus fuerzas y afianzar su autoridad en la medida necesaria para oponerse con éxito a los godos, a quienes logró expulsar de la Península Balcánica. Su sucesor, Aureliano (270-275), logró asimismo, alejar de territorio romano a otros pueblos invasores panonios y alemanes, y adoptó algunas medidas para prevenir nuevos peligros; así, ordenó construir un muro —que se llamó Aureliano— para asegurar a la ciudad de Roma contra posibles asaltos y dispuso el abandono de la Dacia para fortalecer las líneas romanas detrás del Danubio. Luego incorporó al imperio las regiones de Galia y Palmira que se habían separado, y, de ese modo, completó su labor de reordenación del imperio. Sólo quedaba por lograr la reorganización interna, y esa misión correspondió a un emperador de extraordinarias calidades como hombre de mando, llamado Diocleciano.

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