sábado, 2 de febrero de 2013

FILOSOFIA - Aristóteles

LA FILOSOFIA PRIMERA
Nos hallamos frente de la gran invención aristotélica: la distinción entre la Potencia y el Acto
que, unida a la diferenciación de la Materia y la Forma, traba y organiza la recia síntesis del
pensamiento aristotélico. Ninguna idea metafísica ha desempeñado en la historia de la
humanidad papel tan importante como la síntesis de esta doble diferenciación. Es verdad que la
Forma procede de la Idea platónica, y aun podría decirse que no es sino la Idea platónica
encarnada en el ser; pero, por lo mismo, ya no hipostasiada, irreal y distante; ideal sí, irreal no;
dentro de la realidad como esencia, no fuera de toda realidad como paradigma; la forma
organiza la materia y la conduce al ser. Lo sólo real es el individuo; pero éste es imposible sin la
forma, como lo es sin la materia, capaz de revestir todas las formas. Lo virtual se liga con lo
actual; lo material con lo formal, y ya no hay dos universos enteramente separados, sino uno
solo, desde el Acto puro, que es Dios, hasta la materia susceptible de revestir toda forma.
El acto ideatorio de Aristóteles lo lleva a la suprema sistematización de la lógica, inseparable de
la metafísica. Las categorías y los predicables hacen posible el conocimiento; y la teoría de los
nombres, de las proposiciones y los silogismos se construye reciamente, para siempre, sobre la
distinción entre la materia y la forma. El problema del conocimiento se resuelve en el sentido de
que conocer es saber de lo individual por lo universal; pero, como dirá la Escuela, más tarde, el
verdadero realismo no es ante rem, ni post rem, sino in re. O sea: las Ideas no son antes de toda
realidad ni fuera de ella; ni son puros conceptos derivados de la experiencia, sino que integran
lo que existe como elementos universalmente implícitos, que tiene por misión la metafísica
explicitar.
El acto de ideación aristotélico se eleva de lo individual a lo universal, sin perder contacto con la
tierra. No reniega, ciertamente, de la tradición socrática o platónica que, por el contrario, realza.
Los dioses y las Ideas se inducen del mundo, se intuyen en él. El mundo tiene un sentido divino;
la materia absolutamente informe sería una pura nada. Cada individuo participa de lo universal
y es un aspecto de esta participación. La ciencia no lo es de lo irreal (no podría nunca serlo), sino
de lo ideal; y lo ideal y lo real se organizan, pero no se confunden. Este es un armonismo
absoluto que concuerda con el principio ético del propio Estagirita: la virtud concebida como
término medio. La euritmia del espíritu griego, en Parménides, desecha el mundo de los
fenómenos y concede toda perfección y realidad en la Esfera inmóvil, incorruptible y eterna. El
mismo espíritu, al informar la metafísica platónica, se eleva por el ideatorio hasta las Ideas,
arquetipos también incorruptibles que, según la expresión de Walter Pater, "se tratan entre sí
como personas"; Aristóteles sube por la escala de la dialéctica hasta donde Platón alcanzó y, en
su propio acto idea-torio, baja el cielo de Platón hasta avenirlo con el devenir de Heráclito, tanto
en el pensamiento como en la acción. Todo es un término medio proporcionado, coherente, bello,
cosmológico. Idear lo universal no significa renegar de lo individual, sino precisamente
explicarlo, verlo en él.
La suprema aportación de Aristóteles al acervo del pensamiento filosófico es, quizá, la
explicación del devenir heraclitano, merced a la potencia y el acto: la dinamis y la enérgeia. "Lo
que en la materia y en la forma se manifiesta, dice Schwegler, es un solo y mismo ser, en
diferentes grados de desarrollo. Potencial es lo que entraña un principio de desarrollo que, sin
construcción exterior, puede llegar a ser por sí mismo. Actualidad o entelequia es el acto
consumado, el fin obtenido". Las Ideas de Platón son ahora entelequias. En Leibniz se tornarán
mónadas. Y el activismo leibniciano será al cartesianismo estático, lo que el aristotelismo al
platonismo que Parménides inspiró.
Aristóteles, en su acto ideatorio, se ha elevado a la identidad del ser y el conocer, a una especie
de intuición intelectual. En el De anima, ha escrito esta expresión memorable: "El alma es todo lo
que conoce". Por esto su discípulo Santo Tomás de Aquino escribió, corroborando al Maestro:
cognoscens et cognitum sunt magis unum quam materia et forma. En Scheler se advierte clara
inspiración aristotélica cuando escribe: "nosotros decimos: saber es una relación ontológica, una
relación de ser, que presupone las formas del ser llamadas todo y parte. Es la relación de
participación de un ente en el modo de ser de otro; participación con la cual no se introduce
ninguna especie de alteración en este modo de ser. Lo sabido llega a ser parte del que sabe, pero
sin moverse por eso de su sitio, en ningún respecto, ni alterarse de ninguna manera. Esta
relación ontológica no es espacial, temporal ni causal" (El saber y la cultura).

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