jueves, 7 de febrero de 2013

PEDAGOGÍA - Educación moderna

NUEVA EDUCACION
El siglo XIX es el siglo de la Educación Moderna. Los pedagogos habían puesto su énfasis primero
sobre la cosa enseñada, el qué; luego se descubre que lo esencial no es la llegada sino el camino y
la acentuación se pone sobre el cómo; es decir, sobre el método. Ahora bien, como el maestro es el
encargado de trazar ese método, de señalar el camino, de dar a la labor educadora una orientación
y un sentido, resalta la importancia del maestro en el problema de la educación. Y así, toda la
educación moderna ha acentuado el valor del maestro. La Pedagogía no es posible, se ha dicho,
sino en virtud de unas cuantas personalidades geniales, que realicen esa tarea que consiste en
transformar al hombre, en formarle con arreglo a un ideal. Y por eso, sólo por eso, es tan difícil
que la educación cumpla su misión, porque es casi imposible encontrar buenos maestros. De ahí
viene el hacer al maestro responsable de toda la labor educadora. La escuela y el alumno serán lo
que el maestro quieran que sean. He ahí la característica de la educación moderna tal y como está
planteada en los últimos años del siglo XIX.
De la Educación Nueva se empieza a hablar en los comienzos del siglo XX, cuando se crean las
escuelas que obedecen a una nueva concepción educadora. Su característica esencial consiste en
poner su acento sobre el niño en vez de ponerlo sobre el maestro, como hacía la Educación
Moderna.
El niño: he aquí el problema esencial, el único problema. El niño es el protagonista; el maestro
ocupa un lugar muy secundario; su labor sigue siendo dificilísima, pero ya no es el eje sobre el
cual van a girar todas las consideraciones pedagógicas.
He aquí los principios que fundamentan esta nueva educación:
1) El niño importa y debe ser considerado en cuanto niño, y no como un hombre en miniatura. Por
consiguiente, la educación no es ya una anticipación, ni una preparación para la vida. No; hay que
educar la infancia como un fin en sí misma. Y además, hay que educar la infancia sin posible
relación con la adolescencia y la edad madura. Porque el mundo del niño es un mundo distinto
del mundo del adulto.
2) Podría enunciarse diciendo: Respeto a la actividad libre y espontánea del niño.
Es decir, hay que respetar la actividad del niño. El niño tiene que ser activo. La escuela ha de
consistir en un hacer. Las ideas no hay que darlas elaboradas, tiene que elaborarlas el alumno. El
niño no será por más tiempo un ser pasivo que recibe la enseñanza ya hecha, sino que no recibirá
nada, lo creará él todo. Pero, además, esta actividad tiene que ser libre y espontánea.
Este principio, que es el principio esencial de toda nueva educación, se debe al genio de Fróbel,
quien fue el primero en averiguar que la acción del niño es creación.
Hacia 1825 Fróbel, que entonces tenía 40 años, trabajando con unos pequeños en su Instituto de
Keilhau, hace un descubrimiento en el cual habría de apoyarse un siglo más tarde toda la nueva
educación; es éste: los niños son criaturas creadoras más bien que receptoras y, por tanto, todo el
trabajo educador debe basarse sobre esta tendencia inherente al niño de expresarse por medio de
la acción.
El gobierno alemán, sospechando que esta escuela podía tener un carácter revolucionario, envió
un inspector para que emitiese un informe y ver si encontraba pretexto para cerrarla. El inspector,
asombrado de los resultados obtenidos, aprobó y admiró lo que, en efecto, era la verdadera
esencia de aquel tipo de educación, y dijo: "La actividad propia del espíritu es la primera ley de
esta instrucción"; luego: "los resultados obtenidos son maravillosos".
La filosofía dominante en aquel tiempo sostenía que hay una unidad fundamental en todas las
cosas, un principio permanente en todos los cambios y formas de la vida. Hay una energía
formativa que se revela en la vida externa como fuerza y en la vida interna como espíritu. Esta
energía no tanto posee actividad como es actividad. Por medio de esta actividad el individuo se
realiza a sí mismo, forma su propio mundo, se hace consciente y cumple su verdadero destino.
Esta educación unificadora sirve de manera especial, dice Fróbel, en una época de aislamiento
estéril e individualismo rebelde tal y como es la presente. Esta educación descifra, refuerza y
desenvuelve el poder del niño en tal forma que puede mantener su independencia personal a lo
largo de la vida. Le enseña a tratar lo material de acuerdo con su naturaleza y da al trabajo una
elevada significación, desconocida hasta entonces, puesto que lo considera como actividad
creadora.
Ahora bien; si el niño es el centro de la labor educadora, lo primero que tenemos que hacer es
saber lo que es el niño. Hay que conocerlo, hay que dejarle que se manifieste en sus actividades, y
estas actividades tienen que ser libres y espontáneas.
Este principio viene a destruir los viejos conceptos de la educación clásica. Se había creído que la
misión del maestro consistía en transmitir conocimientos. Se suponía que el espíritu del niño
estaba vacío y había que llenarlo. Pero ahora venia a demostrarse que el espíritu del niño está
lleno de un mundo de representaciones y que es imposible ejercer sobre él influjo alguno sin tener
en cuenta este pequeño mundo misterioso.
3) El niño es su propio educador. Se educa trabajando; haciendo, por consiguiente.
4) La libertad de trabajo en la escuela. "Educar al hombre para que con su cabeza y con su mano
llegue a conocer y dominar y con él se obtenga el triunfo de la libertad". "Sólo la verdad os hará
libres", había dicho el Evangelio. "Sólo el trabajo os hará libres", dice la Nueva Educación. La
verdad debe entrar en el espíritu de los niños por la vía de los músculos tanto o más que por los
ojos y los oídos; es preciso que hagan para que sepan. Nace así lo que se llama la Escuela del
Trabajo.
PESTALOZZI había señalado el valor del trabajo en la educación; la necesidad de que se articule
con el juego y tenga su aspecto artístico. Esto es, que los artesanos se conviertan en artistas. "Hila
como una jornalera, pero su alma no está a jornal". De este modo el trabajo tiene una función
humana, una función social, una función política.
¿Cómo se verifica en la escuela activa el trabajo libre y espontáneo y además en comunidad?
Aplicando al trabajo las leyes del juego. El trabajo no tiene que ser juego, pero puede regirse por
sus reglas. La primera condición del juego es el conocimiento de las reglas. No se juega como se
quiere sino como se puede y se debe, sometiéndose a las reglas. Hay que aprender las reglas del
juego. He aquí la primera limitación.
La segunda limitación consiste en que el jugador ha de someterse al grupo de jugadores; uno de
ellos no puede jugar como le plazca sin comprometer el éxito del grupo; es decir, sin arriesgar la
victoria.
Entonces, ¿cuál es la esencia de la Escuela del Trabajo? Es una escuela de aprender por experiencia
con el propio trabajo. Dice Goethe: "Saber y practicar bien una cosa vale más que hacer y saber a
medias cien cosas diferentes". Ahora bien, ¿qué es esta cosa que se ha de saber bien para lograr
una educación perfecta? Lo que sea adecuado a la naturaleza del individuo, que es personal y
peculiar. Luego a cada individualidad le corresponderá una cosa diferente; a uno, un arte; a otro,
una ciencia; al tercero, un oficio o industria. No se puede exigir todo de todos, sino, de cada uno,
lo que radica en su ser, en su naturaleza innata.
Y ha de ser objetiva; es decir, que hagamos nuestro trabajo para obtener la máxima plenitud
posible en la labor y no para comodidad o beneficio de nuestra vida. En esto consiste su moral; no
hay otra: la moral se alcanza en la objetividad de la labor. Cuando hacemos las cosas por las cosas
mismas y no por las personas; aunque a veces la persona, naturalmente, puede ser considerada
como cosa. Por ejemplo, en la escuela, el niño. En el hospital, el enfermo.

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