domingo, 2 de junio de 2013

FILOSOFIA - La filosofía en el siglo XIX

LA FILOSOFIA POSITIVISTA DE AUGUSTO COMTE AUGUSTO COMTE, el fundador del positivismo, hereda y supera toda la riqueza de pensamiento del socialismo utópico francés. Comte nace el año 1798, en Montpellier, y muere en París (1851). Sus obras principales son: Curso de Filosofía positiva (6 vols., París, 1840-1842); Sistema de Política positiva (París, 18511854), en cuyo apéndice aparecen impresas sus obras más importantes de juventud, sobre todo el Plan de trabajos científicos, necesario para reorganizar la sociedad (1824); Catecismo positivista (1853). El propósito de Comte apunta ni más ni menos que a promover una reforma total de la sociedad humana. Para él, era evidente que el Iluminismo, al par que su visible efecto, la Revolución, estaba en bancarrota. Pero, a diferencia de los tradicionalistas y socialistas, cree que el remedio está en la ciencia. Saber para prever, prever para obrar. De una verdadera ciencia que, como tal, se limite al estudio de los hechos y de las relaciones permanentes de éstos (las leyes), esto es, de una ciencia positiva; pues hablar de los primeros o de las últimas causas de las cosas es engañoso. En particular, el sistema positivista reposa esencialmente sobre tres principios: la ley de los tres estados, la clasificación de las ciencias y la religión de la humanidad. Según Comte, la humanidad ha pasado por tres estados sucesivos: el estado teológico, durante el cual el hombre explica los fenómenos por la intervención de agentes sobrenaturales (fetichismo, politeísmo, monoteísmo); el estado metafísico, en el que todo se explica por entidades abstractas, como son las nociones de sustancia, causalidad, finalidad de la naturaleza, etc.; en fin, el estado positivo o real, en donde mediante la observación de los hechos, de lo positivo (lo puesto o dado), se trata de descubrir las leyes. Comte afirma que las ideas gobiernan al mundo (intelectualismo) y que la reforma social logrará su objetivo cuando en la lucha se unan a la filosofía positivista, el proletariado y el movimiento de la emancipación de la mujer. La evolución del saber determina la transformación social a través de los siglos. La sociedad ha evolucionado, conforme al progreso de la ciencia, de un estado sacerdotal de base militar, pasando por una forma de gobierno en que predominan los legistas, a una etapa industrial y positiva. La clasificación de las ciencias indica tal desarrollo histórico del saber humano: matemáticas, astronomía, física, química, biología, sociología. Esta jerarquía posee también un orden lógico que va gradualmente de la ciencia más abstracta (la matemática) a la más concreta y compleja (la sociología). La religión de la humanidad es el culto de los grandes hombres, de los muertos ilustres, que ocupan el más alto rango en el Gran Ser, esto es, la unidad de todos los hombres. La moral positivista es esencialmente social y altruista. Su imperativo exige al hombre vivir para el prójimo. El rígido intelectualismo positivista se fue suavizando al correr del tiempo. Se llegó a ver que en los grandes hechos históricos interviene decisivamente la vida emotiva del hombre. De esta suerte, la reforma social acabó por concebirse en esta fórmula: el amor como principio, el orden como base, el progreso como fin. Partiendo de estas ideas, Comte construye un sistema de educación. Está persuadido de que la vida de cada hombre reproduce la historia de la humanidad; por donde llega al pensamiento de que la mejor educación dirigida es aquella que aplica inteligentemente la Ley de los tres estados. Durante la primera etapa (del nacimiento a la adolescencia) el aprendizaje no tendrá un carácter formal y sistemático. El programa comprenderá lengua y literatura, música, dibujo, idiomas extranjeros. Dichos conocimientos irán elevando al niño de la concepción fetichista del mundo al politeísmo y monoteísmo. Durante el segundo período (adolescencia y juventud), se iniciará el estudio formal de las ciencias. Primero matemáticas y astronomía, física y química; después biología y sociología; al fin, la moral, designio último de toda educación. No se descuidará la cultura estética del joven, y el estudio de las lenguas griega y latina; lenguas, sobre todo el latín, que servirán para despertar el sentimiento de nuestra filiación social. A través de este período, el individuo pasará poco a poco del estado metafísico a una concepción positivista del mundo y de la vida. La educación religiosa será un principio de acción. Al Gran Ser ha de tributársele, primero, un culto privado, en que el educando llegue a sentirse solidario de sus antepasados y de sus descendientes; después, un culto público, con ritos, sacerdotes y un calendario con fiestas dedicadas a los prohombres de la humanidad. Comte está convencido de que sólo el positivismo es capaz de organizar un verdadero sistema de educación popular, que será el más vigoroso instrumento de la reforma social. Entre los discípulos de Comte, EMILIO LITTRE (1801-1881) es el más importante e inmediato. En libre relación con el positivismo se encuentran JOHN STUART MILL (1806-1873), TH. RIBOT (1839-1916) y otros pensadores de tendencia afín.

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