sábado, 2 de agosto de 2014

PREHISTORIA - El Período Neolítico

EL HACHA DE MANO Tomando como base uno de los instrumentos de piedra esenciales —el hacha pulida—, J. de Morgan ha demostrado, con el examen de una abundante bibliografía, cómo este instrumento sus variaciones locales revelan la gran diversidad de manifestaciones culturales que caracterizan al Neolítico. Comienza por hacernos notar un hecho de primera magnitud: las diferencias existentes en el área limitada de la Europa occidental, en donde, en Francia e Inglaterra. este instrumento neolítico es redondeado por los lados, en tanto que en Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia, el norte de Alemania y las islas del mar Báltico es tallada y pulida en los bordes: en las poblaciones paleolíticas es pulida solamente en la región de su único borde, y en Italia ostenta una larga ranura característica. Estas diversidades respecto de la técnica empleada para realizar la construcción de un arma tan fundamental, en un territorio tan poco dilatado, bastarían para testimoniar la existencia de las culturas locales antes señaladas (especialmente si, como es el caso, estas diferencias se manifiestan también en otros elementos del instrumental). Pero la situación se complica, todavía, cuando, al continuar con el examen del mismo objeto como elementos de juicio, se trata de estudiarlo desde el punto de vista de su evolución. Así, en lo que respecta a Francia, el sur de Inglaterra y Bélgica, la mayoría de los arqueólogos acepta la existencia de tres divisiones. La primera, señalada por la presencia de un hacha pulida y de la punta de flecha característica; la segunda, por el hacha-martillo, correspondiente al apogeo de la talla del sílex y al empleo de otras rocas de fuera de Francia, que son introducidas por vía del comercio; tercero, por la aparición de instrumentos de metal con la continuidad de las formas precedentes. En Dinamarca, Suecia y Noruega son reconocibles, igualmente, tres divisiones: en la primera el hacha es pulida solamente en la región de su filo o, a veces, enteramente pulida; en la segunda aparece el hacha-martillo, y todos los instrumentos de piedra llegan a un máximo de elegancia y eficacia; en la tercera aparece el metal y se deriva, en las industrias líticas, hacia una fase de transición eneolítica. En Suiza hay otros tres períodos: primero el de las hachas pequeñas pulidas; al final de ese período aparecen hachas más grandes, simples o perforadas, a menudo trabajadas en rocas locales; igualmente florecen las industrias extranjeras. En el segundo, el instrumento característico es el hacha-martillo; el trabajo de la piedra llega a su apogeo, sobre la base estricta de las rocas locales; igualmente florecen las industrias del cuerno y del hueso. En el tercer período aparece el metal y las otras industrias derivan hacia formas eneolíticas. En España también pueden consignarse las tres épocas: la primera es arcaica, de piedra tallada, y de ella aparecen sólo algunos objetos pulidos, probablemente importados de Portugal; en la segunda, el trabajo de la piedra pulida adquiere todo su esplendor; en la tercera, hay un tardío apogeo de la talla del sílex y aparecen los primeros instrumentos de metal. En Italia, por el contrario, no se encuentran jamás hachas pulidas de sílex. Todas son realizadas en piedras mucho más duras, granitos o dioritas. En este sentido Italia aparece como atravesada por dos corrientes culturales neolíticas, que encuentran en esa península su punto de conjunción: una llega del valle del Jura y de Suiza, atraviesa los Alpes y desciende hasta los valles del Po y del Tesino; la otra parte de la cuenca del Danubio, pasa por Istria, la Emilia y el Véneto, bordea la costa del mar Adriático y se pierde en la Apulia. Naturalmente, estas observaciones, que examinan el problema a vuelo de pájaro, sólo demuestran que si hay cierto sincronismo fundamental en la sucesión de los diversos períodos de los distintos países, existen, en cada uno de ellos, características locales suficientes como para mostrarlos cual sedes de sendos centros culturales. Debe recordarse, además, que la cerámica — elemento cultural tipificador por excelencia— ratifica, en todos los casos, la individualidad local de esas culturas. La diversidad de formas, dimensiones y características de las hachas pulidas neolíticas es otra buena muestra de su carácter de exponente de culturas locales. Además, hay una circunstancia importante, en cuanto a su construcción misma, que conviene destacar. Se trata de instrumentos habitualmente enmangados. Esta mera circunstancia muestra ya un enorme avance sobre sus similares paleolíticos, que no dudamos de que carecían de mango. Sabemos que las neolíticas lo poseían no sólo por las representaciones artísticas en que las vemos figurar, sino también por tener la prueba directa, extraída de los yacimientos. Por lo general el mango estaba constituido por un trozo de asta de ciervo serruchado y ahondado, el cual, a su vez, estaba fijado en un mango de madera. En las hachas itálicas, provistas de ranura, el enmangamiento se hacía directamente en un trozo de madera de largo adecuado. El hecho de haber inventado este dispositivo para enmangar las hachas constituye, para el hombre neolítico, un adelanto inmenso. Tanto es así y tanto comprendió él las ventajas derivadas de este dispositivo técnico, que procedió a enmangar también muchos otros instrumentos: buriles, raspadores, sierras, chairas y gubias muestran mangos de cuerno, hueso o madera. También se encuentran en los yacimientos de este período puntas de flechas o jabalinas enmangadas en astiles o astas por procedimientos diversos. Escotaduras, más o menos amplias, facilitan, en algunos casos, esa tarea. La variedad de las formas de las puntas de flechas y de jabalinas es realmente extraordinaria. Los materiales que la Arqueología nos revela como empleados para tales instrumentos son el sílex y el hueso; pero, sin duda, debieron emplearse otros más deleznables, como la madera, que no han llegado hasta nosotros. Las puntas de flechas permiten señalar, también, la enorme cantidad de estadios que pueden observarse en su realización, desde las muy simples, constituidas por puntas líticas apenas retocadas, hasta las que son una verdadera filigrana, de un pulido maravillosamente uniforme y perfecto. Es éste un nuevo ejemplo de la diversidad y multiplicidad de las culturas neolíticas.

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