jueves, 10 de octubre de 2013

ANTROPOLOGIA - Los primeros hombres

EL HOMBRE DE NEANDERTHAL
CARACTERISTICAS ESQUELETARIAS DEL HOMBRE DE NEANDERTHAL A una tan grande y robusta cabeza corresponde un esqueleto macizo, corto y fuerte, con huesos largos de grandes apófisis e inserciones musculares poderosas. No otra cosa tienen, tampoco, los simios antropomorfos. Por ello no es de extrañar que muchas de las vértebras del hombre de Neanderthal se parezcan a las del chimpancé, ya por su aspecto de robustez y sus proporciones, ya por su carencia de curvaturas. Las clavículas son también parecidas y las costillas demuestran la presencia de tórax amplios, dotados de gran desarrollo muscular. Las características de los huesos del brazo, nos llevan a la conclusión curiosa de que, desde esa enorme antigüedad, el hombre usaba ya preferentemente la mano derecha. Otra característica, igualmente curiosa, es la conformación particular del cúbito, que no se parece al de los antropomorfos sino al de los simios inferiores. Boule extrae de estas circunstancias anatómicas la conclusión de que el hombre de Neanderthal conserva en este hueso —como en ciertos detalles de otros de su esqueleto—algunos reflejos de un estado ultraprimitivo, muy alejado del punto en que las diversas ramas de los primates superiores se han alejado entre sí. En efecto, la intensificación del examen así lo demuestra. Los fémures denotan, tanto vinculaciones con los de los antropomorfos como aproximaciones a los de los macacos, cinocéfalos y demás simios inferiores. Algunas características de sus trocánteres muestran, presumiblemente, un gran desarrollo muscular de la región de los muslos y una adaptación a la marcha sobre el terreno escarpado. Otros signos permiten sospechar que esos seres se mantenían habitualmente en cuclillas. Las tibias articulan con los fémures en una forma muy similar a como se operan esas funciones en los simios. Por último, los pies corresponden — especialmente en lo que se refiere al astrágalo— a los de un caminador que conservara reminiscencias de un antiguo período de trepador. Esto, naturalmente, es otro dato simiesco interesante. El conjunto de las características enunciadas muestra que el hombre de Neanderthal vivía habitualmente en cuclillas, lo cual es ya una reminiscencia simiesca, y marchaba torpemente, sin poder alcanzar la distensión habitual de la rodilla, apoyando los pies por el borde exterior, sin lograr la estación erecta total ni la ligereza y elegancia de marcha que concede la posición bípeda absoluta. En la actualidad, y gracias a sucesivos hallazgos, totales o fragmentarios, que se han sucedido hasta nuestros días, contamos con más de una cincuentena de esqueletos completos, amén de numerosos fragmentos, de hombres del tipo de Neanderthal. Gracias a ello se puede precisar la altura media que correspondió a dicho tipo humano: 1,65 mts. Su actitud semiflexionada de marcha debió de hacerle parecer aun más bajo. Su capacidad craneana, de alrededor de 1,450 cm3, corresponde bien al conjunto de sus características primitivas. El encéfalo es más bien desarrollado. Pero, contra el argumento en favor de su inteligencia que podría emerger de ello, está el aspecto grosero y la simplicidad general de dibujo de las circunvoluciones cerebrales, así como el desenvolvimiento relativo de las diversas partes de la sustancia gris. Los lóbulos frontales demuestran que, probablemente, el hombre de Neanderthal no poseía más que un psiquismo rudimentario así como sólo esbozos de lenguaje articulado. En esto, como en todo lo demás, se nos presenta como una forma intermediaria entre el hombre actual y los simios antropomorfos. Para su desgracia, este tipo de hombre, de características tan arcaicas y que conserva tan numerosos rasgos simiescos —recuerdos vivos de su estado ancestral—, tuvo que vivir en la vecindad de otros tipos humanos, mucho más evolucionados hacia las formas actuales. Esta convivencia determinó, posiblemente, su ruina. En las grutas de Grimaldi, por ejemplo, se han hallado restos del hombre de Neanderthal en vecindad con los de los propiamente llamados hombres de Grimaldi. Es típico, a estos efectos, el hallazgo de la denominada Gruta de los Niños. Este no sólo demuestra dicha coexistencia sino que, a mayor abundamiento, revela que el hombre de Neanderthal no es el antecesor directo del Homo Sapiens. Por el contrario, se nos presenta como una forma degenerada, como una especie en trance final de regresión. En el período musteriense, en efecto, el hombre de Neanderthal desaparece bruscamente, sin que podamos, en el estado actual de nuestros estudios, saber si esta falta de testimonio de su existencia se debe a un desplazamiento, a una migración colectiva y total o a una extinción verdadera. De cualquier manera que sea, es evidente —por la ausencia total de vestigios suyos durante los períodos auririaciense y magdalenense— que ha debido ceder su lugar a tipos de humanidad mejor dotados. Así, pues, si por razón de vecindad o de guerra, durante el período musteriense llegó a producirse, alguna vez, hibridación del hombre de Neanderthal con sus indudables vecinos y enemigos, este fenómeno no debió alcanzar nunca la extensión e importancia necesarias como para dejar una huella hereditaria en las poblaciones de los períodos subsiguientes. Y el hombre de Neanderthal cedió para siempre su lugar a seres que preanunciaban la aparición ulterior del hombre moderno.
COMPARACION DE LAS EXTREMIDADES INFERIORES. Vista posterior de una parte de los huesos de la pierna y del pie. Obsérvense las diferentes maneras de su inserción en: 1, un chimpancé; 2, el esqueleto femenino de La Ferrassie; 3, un francés contemporáneo. Las líneas punteadas marcan los ejes de las caras posteriores de los calcáneos.

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