sábado, 6 de julio de 2013

ARQUEOLOGIA - La Edad de los Metales en América

LA RIQUEZA METALIFERA EN MEXICO Así, Cortés, en el mismo documento en que comunica al emperador lo que a Su Majestad le corresponde por el "quinto real", es decir, por el veinte por ciento que la corona se reserva en todo beneficio minero, agrega lo siguiente: "las joyas de oro y plata, y plumajes y piedras y otras muchas cosas de valor, que para vuestra sacra majestad yo asigné y aparté, que podrían valer cien mil ducados y más suma, las cuales, de más de su valor, eran tales y tan maravillosas, que consideradas por su novedad y extrañeza no tenían precio, ni es de creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene noticias las pudiese tener tales y de tal calidad. Y no le parezca a vuestra alteza fabuloso lo que digo, pues es verdad que todas las cosas criadas así en la tierra como en el mar, de que el dicho Moctezuma pudiese tener conocimientos, tenía contrahechas muy al natural, así de oro y plata como de pedrerías y de plumas, en tanta perfección que casi ellas mismas parecían; de las cuales todas me dio para vuestra alteza mucha parte, sin otras que yo le di figuradas, y él las mandó hacer de oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles y collares y otras muchas cosas de las nuestras que les hice contrafacer".
LA ORFEBRERIA PRIMITIVA AMERICANA. Las excavaciones arqueológicas revelan que los antiguos mexicanos eran magníficos orfebres. Algunas de esas piezas demuestran contactos profundos con los centros metalúrgicos de la América Central. Esta excelente pieza, que muestra a un felino antropomorfizado y estilizado, fue publicada por Spinden.
López de Gómara en otra cita, después de hablarnos de otros elementos de su tocado, nos dice que de todas sus joyas preferían los collares. "Los señores, caballeros y ricos traían esto de oro y piedras finas, hecho al propio; con lo cual andan galanes y bravos, a su pensar". No hay duda de que la riqueza en oro fue enorme entre los antiguos mexicanos. El mismo autor, que era capellán y cronista oficial de Cortés, nos cuenta que cuando se fundieron los despojos obtenidos en el botín de guerra tornado en la ciudad de México, éste alcanzaba la enorme suma de ciento treinta mil castellanos, de los cuales se entregó al soberano veintiséis mil. Entre lo que tocóle al rey se menciona "una gran vajilla de oro y plata, en tazas, jarros, platos, escudillas, ollas y otras piezas de vaciadizo, unas corno aves, otras corno peces, otras corno animales, otras como frutas y flores; y todas tan al vivo que había mucho de ver".
XIUHTECUHTL, EL SEÑOR DEL FUEGO. Este hermoso pendiente de oro, finamente labrado, pertenece a la cultura mixteca, fue hallado en la localidad de Coixtlahuaca, en Oaxaca, a cuyo museo de Arqueología pertenece. Según Toscano.
Y las joyas, para hombres y mujeres, los "ídolos y cerbatanas de oro y de plata" valían por lo menos ciento cincuenta mil ducados. Mandáronle también algunas de las célebres máscaras, hechas en mosaico de color, "con los orejas de oro", así como buena copia de otros elementos. En efecto, toda descripción de la conquista mexicana se desenvuelve bajo las constantes menciones del alucinante oro de América. Los indios de Coatzacoalco, y tierras vecinas, usaban hachuelas de oro de baja calidad, aunque los más humildes las usaban de cobre, como luego lo averiguaron, con gran indignación, los españoles. Sin embargo, Grijalba, que penetró en la región en nombre de Velázquez, le trajo más de seiscientas de las buenas, aparte de veinte mil pesos en oro, sin que el codicioso gobernador desarrugase el gesto. Cortés era de otro temple: oro y tierra eran meros medios de dominio para él. No obstante, y por eso mismo, no descuidaba el áureo metal, como nos lo dice su capellán relator. Cuando vence a los caciques de Tabasco, recibe de ellos "un presente de oro que fueron cuatro diademas y unas lagartijas y dos como perrillos y orejeras y cinco ánades y dos figuras de caras de indios y dos suelas de oro como de sus cótaras y otras cosillas de poco valor". Más tarde, envió Moctezuma "una rueda de hechura de sol muy fina, que sería tamaño como una rueda de carreta" y luego "otra mayor rueda de plata". Ambas, por la descripción de Bernal Díaz, eran nada menos que sendos calendarios. Esto, y más oro y plata todavía llegaron a Cortés como prenda de las buenas intenciones del monarca azteca. Las descripciones de este último cronista muestran que hasta indígenas de otros pueblos sometidos —los totonaques, por ejemplo—usaban en sus tocados y vestidos adornos hechos "como unas hojas de oro delgadas" y aros con "otras rodajas con oro y piedras". Es que, careciendo el oro de valor venal, no había por qué prohibirlo a los pueblos conquistados. Cuando se produce el encuentro personal entre Cortés y Moctezuma —éste había viajado bajo rico palio y calzaba cótaras de oro semejantes a las que había enviado a aquél de presente—, cambiaron regalos; a los abalorios de Cortés, el emperador respondió con dos collares de huesos de caracoles "y de cada collar colgaban ocho camarones de oro, de mucha perfección, tan largos como un geme". Las sillas en que se sentaron estaban "labradas de muchas maneras con oro" y los presentes, para el caudillo español y sus capitanes fueron en verdad magníficos. Imposible sería, desde ese momento, seguir aquí minuciosamente las constantes referencias a los metales preciosos que aparecen por doquier en esas páginas y que explican o justifican la áurea leyenda de la riqueza mexicana. No menos importantes son los hallazgos de piedras preciosas, especialmente esmeraldas, que aparecen igualmente en aquellos relatos. No hay duda de que existieron en el México prehispánico grandes centros de industrias de los metales preciosos y que fue habitual entre ellos el engaste de piedras preciosas en las joyas. Azcapotzalco fue no sólo la antigua capital de
los tecpanecas sino también un gran centro de la metalurgia y la orfebrería. Guerrero, Oaxaca y otras localidades más, la mayor parte de las cuales estaban situadas en las cercanías de Veracruz, resultaron ser los principales centros de producción del oro. De allí se le trasladaba a los lugares industriales y de éstos salía rumbo a México o a otras capitales de la confederación mexicana. Otro gran centro de producción metalífera es la región de Chiriquí, en donde se advierte gran riqueza y variedad en la manufactura de los metales preciosos. El gran y moderno estudio de Lothrop sobre Cloclé, con magníficas reproducciones de objetos de metales preciosos, que son verdaderas obras de arte, nos exime de mayores comentarios.

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