lunes, 8 de julio de 2013

ARQUEOLOGIA - La Edad de los Metales en América

SINTESIS Tampoco existen, desgraciadamente, estudios modernos de síntesis, comparativos, acerca del conocimiento de la metalurgia del conjunto de las culturas americanas. Por esto necesitamos basarnos en el que Arsandaux y Rivet realizaron en tiempos ya algo antiguos. Sin embargo, el estudio directo de los elementos arqueológicos a que ellos se libran y los análisis químicos que nos presentan, permiten llegar a conclusiones generales muy interesantes, susceptibles de darnos una visión global de la metalurgia americana. Gracias a esto podemos establecer que las grandes culturas del Nuevo Continente conocieron el oro, la plata y el cobre y los manejaron con una habilidad bastante considerable. Que la técnica del trabajo fue por martilleo y fusión. Que mexicanos y chibchas conocieron la fundición a cera perdida y la filigrana, con sus correspondientes sistemas de soldadura. Que ambas culturas estuvieron en condiciones de enchapar en oro la plata y el bronce y que la última de ellas supo dorar el cobre. Que todas las culturas americanas mezclaron este último metal con el estaño, que adicionaban, empíricamente, en proporciones variables. Sin embargo, los mexicanos parecen haber llegado a una cierta relación entre la forma y destino de sus objetos a base de cobre y el empleo o no empleo de aleaciones circunstanciales: así, muchas de sus hachas son enteramente de cobre, en tanto que la inmensa mayoría de los punzones, agujas y puntas de lanzas y de flechas contienen todos una mayor o menor proporción de estaño, que aumenta su poder penetrante. Aunque la técnica metalúrgica mexicana se opone, en muchos de sus aspectos, a la colombiana —especialmente por su ignorancia de la plata, el bronce y el plomo—, ambas se han influido recíprocamente. Los mexicanos aprendieron de los chibchas y de los de Chiriquí la confección de filigranas y enchapados. En opinión de Arsandaux y Rivet, les enseñaron, en cambio, la combinación del cobre con el estaño para formar el bronce. Como los peruanos conocieron de antiguo el bronce (así como el oro, la plata y el plomo), este conocimiento técnico aproxima grandemente las metalurgias de México y del Perú. Para los autores citados esto indicaría la influencia ejercida por una cultura sobre la otra, cosa únicamente posible gracias a intercambios comerciales efectuados por vía marítima. En efecto, si el tránsito de artículos o artífices metalúrgicos se hubiera efectuado por tierra, ello no habría podido menos que dejar su huella material en los ajuares funerarios de las regiones intermedias (si se hubiera tratado del envío de instrumentos), o de esta o de cualquier otra manera si se hubiese tratado del caso de los manufactureros. Como ni una ni otra cosa ha ocurrido, es lícito suponer que la vía marítima fue la utilizada para estos préstamos. Esto es perfectamente posible, por lo que se sabe del avance en el conocimiento de la navegación, por parte de aztecas y de incásicos. En efecto, en lo que respecta a México, Grijalba encontró una embarcación bastante grande en el golfo de México, cuya envergadura, así como el atuendo e instrumental de sus ocupantes, le revelaron la importancia de la cultura mexicana aun antes de haber puesto pie en tierra de México. Otro tanto ocurrió con el piloto Bartolomé Ruiz y sus acompañantes, quienes hallaron en el mar del Sur, frente a las costas del norte del Perú o del sur del Ecuador actuales, una gran canoa, ricamente labrada, con tapices y colgaduras de precio, en la que bogaban indígenas comerciantes, con un instrumental tan completo para el caso que hasta una balanza llevaban para pesar sus productos. Y en estas regiones tales barquichuelos debieron de ser algo frecuentes, a juzgar por la repetida muestra de ellos, reproducidos como adornos en la cerámica chimu. Algunos de sus vasos funerarios presentan esas embarcaciones tripuladas por sólo una pareja de remeros, enfrentados, pero otras nos muestran ocho o diez de ellos, tripulando embarcaciones de mucho mayor porte. Tales testimonios arqueológicos, así como su corroboración por parte de las fuentes históricas, nos muestran la posibilidad de que, efectivamente, la vía marítima fuese la empleada para
aquellos contactos. Además, viejas crónicas y relatos de conquistadores y marinos anuncian haber recogido narraciones de esos viajes marítimos primitivos de labios de los autóctonos. Esto indicaría la persistencia en el folklore de borrosas tradiciones, denunciadoras, sin embargo, de un fondo histórico de hechos verdaderos. Por último, ratifican estas probabilidades, tanto otros elementos culturales afines —la forma piramidal escalonada de ciertos templos mexicanos y peruanos, el hallazgo de hachas iguales a las mexicanas en la costa del Ecuador, etc.—, la existencia de conchas marinas, provenientes de la América Central, en tumbas ecuatorianas y peruanas. Todo este conjunto de circunstancias, pues, induciría a creer en la posibilidad de muy antiguas comunicaciones mexicano-peruanas, portadoras del conocimiento de la metalurgia.
VIDA DE LOS MAYAS. Esta escena, tan llena de interés, que nos muestra detalles de la fauna, flora, viviendas, embarcaciones, vestidos y armas, es un fresco del templo de los Guerreros, en Chitchen Itza. Según Iforley.
Sin embargo, quedaría en pie la investigación referente a cuál de estas culturas es la realmente inventora de esta industria. Contrariamente a lo que algunos autores han supuesto, basándose en el gran adelanto industrial y cultural de México, el examen comparativo de aquellas metalurgias locales revela, más bien, la prioridad de la peruana. Esto se basa en un más grande desarrollo de las técnicas de utilización del bronce y de la plata en el antiguo Perú. Parece ser que el punto de origen de la difusión del bronce hubiese sido la meseta altoperuana y boliviana, de donde este conocimiento habría irradiado luego sobre la costa del Perú, expandiéndose más tarde por la vía marítima, en la forma antes indicada. Su introducción en México parecería haber ocurrido en épocas mucho más tardías, lo que explicaría su corto desarrollo para la época de la llegada de Cortés. En cambio, la plata habría tenido su centro de utilización en la propia costa peruana (especialmente al Norte, en la región del Gran Chimu), de allí se habría irradiado en todas direcciones: por mar sobre Centroamérica y México; por tierra sobre la meseta altoperuana y, luego, sobre el norte de Chile y el noroeste argentino. Ello explicaría, en México —y frente al corto desarrollo industrial del bronce— la existencia de una industria de la plata muy avanzada, con formación hasta de una especie de gremios de artífices, que llamaron justamente la atención de los conquistadores europeos. Entre ellos la metalurgia llegó a alcanzar categoría de verdadera orfebrería y sus artífices lograron honores y riquezas, siendo considerados como verdaderos artistas a quienes no debían requerírseles otras obligaciones que las de aquel trabajo, verificado como ocupación exclusiva. Sahagún y otros cronistas nos hablan con
largueza de aquellos verdaderos gremios indígenas, en que los aztecas dividieron a sus trabajadores manuales. Carpinteros, constructores de viviendas y otros, se agruparon de esa manera. Pero, entre ellos, los metalúrgicos constituyeron una auténtica aristocracia del trabajo manual, tanto por la belleza de su producción como por los privilegios, distinciones y honores que por ella alcanzaron. Si bien la distinta y menos perfeccionada organización social de los otros agregados humanos impidió en la América del Centro y del Sur la existencia de gremios, ello sólo significa una falta de su organización social y no una falla de su industria.

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