miércoles, 29 de mayo de 2013

DERECHO PUBLICO - Servicio Diplomático

CLASIFICACION DE LOS AGENTES DIPLOMATICOS Aunque generalmente se da a los agentes diplomáticos de la segunda categoría el título de "enviados extraordinarios y ministros plenipotenciarios", esta denominación no responde a la realidad, pues ni son extraordinarios (porque desempeñan una función permanente), ni son plenipotenciarios (porque necesitan plenipotencia especial para suscribir tratados). Una Convención suscrita en la Habana en 1928, durante la VI Conferencia Panamericana, estipuló que los agentes diplomáticos serán clasificados en ordinarios y extraordinarios, según que desempeñen una misión permanente o transitoria. El Soviet de Rusia acredita "representantes diplomáticos" de una sola categoría. En la práctica, la clasificación de los funcionarios diplomáticos en cuatro categorías no afecta la igualdad de sus derechos y deberes. Lo que pasa es que el ceremonial de recepción de los embajadores, legados y nuncios es más aparatoso; en las solemnidades públicas se reserva a los de primera categoría un lugar preferente; se les permite tratar directamente con el Jefe del Estado, mientras que los demás tratan por intermedio de la Cancillería; pero esta diferencia está en vías de desaparecer. No todos los funcionarios que el Estado envía al exterior tienen carácter diplomático. No lo revisten los funcionarios consulares, ni los delegados a congresos internacionales, a no ser que se les confiera especialmente esta calidad. No todos los funcionarios encargados de una misión diplomática son agentes diplomáticos propiamente dichos, pues también hay agentes especiales, cuyo mandato expira a la terminación de su misión: a veces se envían agentes confidenciales, que son recibidos en audiencia privada, sin reconocimiento ostensible. Los agentes diplomáticos van acompañados de un séquito que comprende al personal oficial y al no oficial. El primero se compone de consejeros, secretarios, agregados militares, navales, aeronáuticos, culturales, obreros, civiles, comerciales, cancilleres, correos, etc. El personal no oficial incluye a todas las personas que, sin desempeñar un cargo público en la Embajada o Legación, acompañan al jefe de la misión y permanecen a su lado: esposa, hijos, secretario privado, servidumbre. Es deber general de los agentes diplomáticos intensificar las buenas relaciones entre su gobierno y el del país en que se halle acreditado; defender los intereses de sus conciudadanos en todo aquello que exceda la competencia de los funcionarios consulares; reclamar para su gobierno cualquier facilidad o ventaja que se otorgue sin compensación a cualquier otro gobierno; repatriar a los connacionales que carezcan de recursos; dar curso a los exhortos y cartas rogatorias; ejercer el control sobre el servicio consular de su país; no mantener polémicas en publicaciones diarias o periódicas sobre asuntos de carácter político; sólo pueden, llegado el caso, rectificar imputaciones equivocadas o maliciosas contra su país o gobierno, siempre que no corresponda una reclamación formal por vía diplomática. La actitud de los agentes diplomáticos depende de las orientaciones de la política exterior del Estado que representan. El concepto de la diplomacia ha sufrido variaciones en el curso de los siglos. En otros tiempos, para desempeñar estos cargos, era menester ser persona cortesana, astuta, sin escrúpulos, apta para engaños, intrigas, espionaje y revelación de secretos ajenos. Luis XV dijo: "el que no sabe disimular, no sabe reinar". En aquel entonces los diplomáticos no fueron un elemento de armonía internacional: la guerra injusta, el aniquilamiento de los Estados débiles, la anexión violenta de territorios, la agresión imperialista; todos estos actos contaron con la participación activa de los diplomáticos, los que emplearon los pretextos más fútiles y la dialéctica más refinada para sostener, explicar y justificar las teorías más descabelladas y las pretensiones más contrarias a la equidad y al derecho. Hoy, las costumbres han cambiado. La diplomacia desempeña una misión de acercamiento y de pacificación que permite a sus funcionarios conservar intacto su patrimonio personal de honradez y buena fe. Existen, naturalmente, excepciones deplorables; pero la diplomacia de nuestros tiempos tiene por objeto: conciliar los intereses encontrados de las naciones; llevar a buen término las negociaciones internacionales; vigilar el estricto cumplimiento de los tratados; velar por la dignidad del país sin afectar a la de los demás Estados; prevenir los conflictos. En el desempeño de su misión, los diplomáticos tienen el deber de conducirse con fidelidad a su propio país, pero sin felonía hacia el gobierno que les brinda hospitalidad, lo cual no significa que hayan de ser obsequiosos hasta el punto de descuidar el decoro que deben a su propia investidura. Al velar por los intereses del Estado que representan, deben abstenerse de todo acto ofensivo o capaz de herir la susceptibilidad del país de su residencia. Deben respetar su soberanía, no inmiscuirse en sus asuntos internos o externos, no favorecer a los partidos políticos en lucha. Deben ser moderados en el lenguaje, parcos en la conversación, respetuosos de las costumbres regionales, asociarse a los festejos públicos del país, no pronunciar discursos hirientes y, en general, conducirse con espíritu benevolente y amistoso.

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