lunes, 27 de mayo de 2013

FILOSOFIA - La filosofía en el siglo XIX

EL DESCUBRIMIENTO DE LA VIDA HUMANA SOEREN KIERKEGAARD. — Soeren Kierkegaard es el filósofo danés más significado del siglo XIX. Nace en Copenhague en 1813, permanece en Alemania de 1841 a 42: después retorna y vive en su patria hasta 1855, año en que muere. Kierkegaard está dotado de una probada y extraordinaria sensibilidad religiosa y filosófica. Lo mueve un gran objetivo; captar el ser del hombre partiendo de supuestos cristianos, pero mantiene una violenta y apasionada lucha contra toda organización eclesiástica. El pensamiento filosófico de Kierkegaard no se ofrece en forma sistemática. Se capta el raudal de sus reflexiones, sutiles y atrevidas a veces, en un estilo lleno de sorprendentes imágenes poéticas, en que a menudo se oye la nostalgia, la amargura y la resignación. "Yo soy un jano bifronte, escribía en 1836: con un rostro río y con el otro lloro. En la secreta profundidad del sentimiento, yacen tan cercanas las cuerdas de la tristeza y de la alegría, que la última resuena fácilmente cuando vibra la primera". La producción literaria de Kierkegaard se extiende doce años y se divide en dos períodos. En el primero, de 1843 a 1846, su obra versa principalmente sobre tipos y formas de concepciones de la vida. El segundo período se caracteriza por una irreconciliable oposición a lo que él llamaba la organización debilitadora de las iglesias oficiales cristianas. Las obras de Kierkegaard que merecen mención particular son: Del concepto de la ironía, principalmente en Sócrates (1841); 0 lo uno o lo Otro (1843); Amor y Temblor (1843); La Repetición (1843); El Concepto de la Angustia (1844); Tratado de la Desesperación (1844); Estadios en el Camino de la Vida (1845); Migaias Filosóficas (1845); Posescritos no Científicos (1846). El concepto de la existencia. — En un principio, Kierkegaard fue hegeliano; pero muy pronto se evade de esta influencia. En tal distanciamiento han contribuido su peculiar naturaleza y las enseñanzas de dos de sus viejos contemporáneos en Dinamarca: Federico Cristián Sibbern y Paul Moller. Ambos han sido los primeros en combatir a Hegel y en considerar la filosofía como "cosa de internas vivencias". "Me acuerdo, dice Sibbern, que Soeren Kierkegaard, en su época hegeliana, me encontró un día en la plaza del Mercado Viejo y me preguntó cómo se comportaba, en la realidad, la filosofía en relación con la vida. La pregunta me desconcertó, porque toda mi filosofía parte de la investigación de la vida y de la realidad; pero, después hube de conceder que esta cuestión tenía que imponerse por sí misma a un hegeliano, porque el hegeliano no estudia la filosofía existencialmente". Ya en franca actitud polémica contra la filosofía hegeliana, explica Kierkegaard el concepto de existencia a través de las ideas de cambio y devenir, y de tiempo y repetición. Existir significa cambio y temporalidad, pero estar en el tiempo es estar frente a nuevas y perennes posibilidades. "La vida tiene que ser comprendida retrospectivamente. En cambio, hay que vivir hacia adelante. Una ley que cuanto más se medita, más confirma que la vida nunca puede comprenderse del todo en la temporalidad, porque no se puede conseguir un momento de completa serenidad para adoptar la posición del contemplador que mira hacia atrás". Todo resultado debe ser asegurado nuevamente, de nuevo debatido, para volver a conquistarlo en la evolución continua y el trabajo incesante. Aquí se revela la importancia que tiene el concepto de repetición, íntimamente ligado a la existencia como ser en el tiempo. De ahí que la verdad no sea para Kierkegaard algo objetivo, sino una proyección subjetiva. "La verdad no está en el contenido, sino en el modo subjetivo con que el hombre la acoge y reacciona ante ella. Quien es verdaderamente sí mismo vive en un mundo auténtico; quien se disipa, vive en un mundo deformado y falso. Hay un influjo continuo y recíproco, circular, entre nuestro modo de existir y nuestra concepción del ser. El pensamiento no es una facultad separada, independiente de la existencia, sino una función. Y así también la verdad es una función de la existencia; no es objetividad, sino subjetividad; siempre relativa al hombre concreto y, por tanto, nunca fija, jamás definitiva o absoluta, sino siempre finita, individual, mudable, como la existencia de que depende". La dialéctica cualitativa. La paradoja. El salto. — Hegel comparte el principio romántico de la conciliación universal de todas las oposiciones de la realidad. El Universo entero está regido por un ritmo dialéctico' conforme al cual todas las cosas representan aspectos o momentos de la evolución cósmica. Tesis, antítesis y síntesis son las fases de esta ley fundamental de la existencia. En el fondo, arguye Kierkegaard, no existen para Hegel diferencias cualitativas entre los seres, toda vez que los contrarios se vienen a identificar necesariamente en una superior y comprensiva síntesis. La dialéctica hegeliana es, por ende, una dialéctica cuantitativa, que a la postre, reduce toda realidad a pensamiento. De esta suerte, construye una realidad ficticia, falsa, fantástica, donde todos los contrastes son separados, todas las oposiciones pacificadas, donde todo se desenvuelve según el ritmo regular de la dialéctica, la cual lo comprende todo, todo lo explica y no conoce ni errores, ni misterios, ni pecados. Pero la verdadera realidad no es así: no es un sistema cerrado, donde todo está en perfecta armonía; la verdadera realidad es un punto despedazado, lleno de contrastes y misterios, y donde continuamente chocamos con el acaso, la paradoja, lo irracional, es decir, con enigmas que no se dejan superar por el pensamiento. Kierkegaard, por ello, postula una dialéctica cualitativa. Con ella describe la realidad en permanente cambio, pero advierte las diferencias irreductibles de unos seres a otros, la peculiaridad intransferible de todo individuo. No existe unidad y continuidad en la existencia. Su palabra mágica es "o lo uno o lo otro". Kierkegaard declaró la guerra a la continuidad y a la gradación en el tránsito; ambos son, a su juicio, categorías de la superficialidad y de la poltronería. La vida y la realidad conducen siempre, afirma Kierkegaard, al cruce de caminos; avanzan por constantes y repetidos saltos. Siempre interviene algo decisivo por virtud de una sacudida, de una brusca oscilación, que ni se puede prever, ni está determinada por lo que antecede.

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