miércoles, 15 de mayo de 2013

FILOSOFIA - La filosofía en el siglo XX

LA FILOSOFIA NEOKANTIANA Y NEOHEGELIANA LA ESCUELA DE MARBURGO. — Una orientación nueva por entero experimenta la interpretación de Kant debida a HERMANN COHEN (1842-1917, Lógica del Conocimiento puro; Etica de la voluntad pura; Estética del sentimiento puro), el fundador de la Escuela de Marburgo, así llamada por haber surgido en la universidad de la ciudad alemana del propio nombre. Junto a Cohen, sus más destacados representantes son PABLO NATORP (1854-1924, Pedagogía social; Los Fundamentos lógicos de las ciencias exactas); ERNESTO CASSIRER (1874-1946; Concepto de sustancia y concepto de Función), ALBERTO GÜRLAND, AUGUSTO STADLER, CARLOS VORLXNDER, RODOLFO STAMMLER, ARTURO LIEBERT, KURT STERBERG. Para la Escuela de Marburgo, el Kant histórico constituye tan sólo la pauta orientadora y un presupuesto de trabajo. El método de la filosofía es la reflexión trascendental. Como lo enseñó Kant, esta vía metódica reside en descubrir las leyes inmanentes de la experiencia, las condiciones nomotéticas (legales) que hacen posible ciencia y moralidad, artes y religión... Sobre Kant, empero, subraya la filosofía marburguense este triple problema: Primero: es preciso elevar a concepto central de las ciencias naturales el concepto de lo infinitamente pequeño, cuya expresión matemática es el cálculo infinitesimal. Segundo: a diferencia de Kant, la explicación teorética de las propias ciencias ha de tener su punto de partida en el pensar y no en la sensibilidad. Tercero: es inconsecuente aceptar la "cosa en sí" a manera de un ser independiente de toda conciencia, esto es, conforme a la interpretación realista. La "cosa en sí", tal como lo ha formulado perspicazmente Kant en los Prolegómenos, es, más bien, un concepto límite. La primera de las ciencias filosóficas fundamentales es la lógica o teoría del conocimiento, que es una autocrítica del pensar científico. El concepto medular de esta disciplina es el concepto categorial del "origen". Todos los juicios científicos se van elaborando en determinadas direcciones, vale decir, conforme a ciertas categorías. Estas no son conceptos innatos, sino condiciones puras del conocimiento científico. Las funciones categoriales del pensar científico se implican. Raíz de todas ellas es el juicio del "origen". Lo "dado" en el conocimiento corresponde a la incógnita de su problema matemático, que no es el meramente indeterminado, sino lo determinable, en suma, algo. ¿De dónde proviene lo dado? Respuesta: por el rodeo de la nada crea el pensar el origen de algo. Lo dado es la "no nada", es decir, el juicio in-finito, que tan equivocadamente ha excluido la lógica tradicional. Mas esta "no nada" es determinable, como lo exhibe la ciencia, en una tarea perfectible. Importantísimos conceptos de la ciencia moderna (á-tomo in-consciente, incondicionado...) han sido posibles gracias a este juicio. El propio concepto de lo infinitamente pequeño, instrumento medular de la ciencia natural exacta, es tributario de esta ley lógica del "origen", así llamada por los neokantianos, para purificar de residuos realistas el concepto de "síntesis" de Kant. La ética es la teoría del sector de la cultura llamada moralidad o del deber ser, conforme a la fórmula general kantiana. El deber ser tiene una consistencia, un ser, pero no es real. También se determina el tema de la ética como el estudio de la totalidad infinita de lo humano, con lo cual se alude a la idea de humanidad. La ética, de parecida manera que la lógica, trata de determinar la esencia y formas de una legalidad fundamental de la cultura: la de la moralidad. Esta ley recibe el nombre de voluntad pura. Un hombre quiere y obra a tenor de esta ley cuando por su querer y obrar se convierte en un miembro pleno de valor de la comunidad, de una comunidad de cultura de hombres libres; o en otras palabras, cuando quiere y obra en el sentido de la voluntad social pura, según las condiciones de una comunidad humana lo más comprensible posible de los valores universalmente válidos. Sólo quien obra y quiere teniendo el deber a modo de estrella polar de su conducta, quiere y obra en el sentido de la voluntad pura. La estética constituye la tercera ciencia filosófica fundamental. De esta suerte queda acreditada y garantizada su autonomía e independencia dentro del sistema de la filosofía. La creación artística en su evolución histórica constituye el factum o materia de la reflexión de la estética filosófica. El sistema de la estética establece en primer término las indisolubles relaciones del arte con los demás productos de la cultura, una vez que ha determinado su peculiar esencia. La fontana de la producción y contemplación estéticas es la fantasía creadora o libre. Cohen indica que el órgano del arte es el sentimiento y, a decir verdad, el sentimiento puro, por el cual hay que entender el amor al hombre en la totalidad de su esencia. Junto al concepto de belleza, se estudian también los valores de la gracia, la ironía, la comicidad y, sobre todo, lo sublime y el humor. Estos dos últimos valores son postulados de toda obra de arte, ya que éste reside en representar el ser (la naturaleza) como debiendo ser, y el deber ser como siendo, gracias a la ficción de la fantasía y a la unidad de la conciencia creadora. En lo sublime predomina la naturaleza sobre la exigencia moral; en el humor, a la inversa, la moral sobre la naturaleza. La filosofía de la historia, dice Pablo Natorp, investiga bajo el signo de la idea de progreso, los grandes tipos de concepciones del mundo de las diferentes épocas. En la primera etapa (pueblos orientales) predomina una concepción tradicionalista de la existencia, en donde la persona humana carece de propio valor. La época del tradicionalismo representa el tipo histórico de la cultura de la subordinación: el hombre se encuentra encadenado a su pasado, sometido a las tradiciones de la historia. Con los griegos se inaugura otro estilo de cultura. Poco a poco va ganando terreno la idea de que la cultura es obra y creación del hombre, conquista prometea. El griego percibe que las tradiciones proceden de su voluntad y de su inteligencia, de las profundas energías de su ser; llega a tener conciencia de su libertad, de su intrínseco valor, de su jerarquía en el mundo. En el cristianismo se acentúa el peculiar valor de la persona humana, partiendo de supuestos teológicos. En la edad moderna, al fin, el individuo cobra conciencia de su radical autonomía y va descubriendo en todos los dominios de la cultura el valor terreno de la existencia: el afán de vivir es afán de creación, y el hombre, un colaborador de la eterna tarea de la cultura. Contra todas las concepciones pesimistas de la historia (Spengler), hay que acentuar con optimismo que el día de la humanidad apenas se inicia.

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