martes, 12 de marzo de 2013

PEDAGOGÍA - Filosofía, cultura y educación

EDUCACION La educación es primero y antes que nada un hacer. Y sólo se aprende a hacer, haciendo. Más tarde, andando el tiempo, la educación se convertirá en una teoría, en una técnica, en un propósito deliberado con una finalidad previamente concebida. Será, en suma, la educación una ciencia con sus leyes, sus principios y fundamentos. Mas primero la educación es una mera actividad espontánea: es el conjunto de actos por los cuales un hombre ejerce sobre otro una influencia y le enseña, mediante un proceso imitativo, a hacer lo que él hace. Es un mero aprendizaje de aquellos quehaceres que son necesarios para la vida. Sólo mucho más tarde será el conjunto de actos mediante los cuales se intenta transformar la naturaleza original en la naturaleza ideal; lo que es, en lo que debe ser. Primero la educación es una actividad espontánea, imitativa, práctica; se dirige a las necesidades presentes. El hijo acompaña al padre en la jornada de labor cuando sale en busca de alimento para los suyos —la caza o la pesca—. Mira lo que hace el padre, contempla, observa y repite la acción. Es la primitiva, incipiente manifestación de una teoría. Theoria en griego quiere decir contemplar. La mera contemplación implica una teoría —observo, formo en mi mente una imagen de lo que veo y lo realizo, lo verifico, lo cumplo—. Tal acontece en los tiempos primitivos. El salvaje —dice Davidson— divide su actividad entre el trabajo y el culto. Y con ello busca y encuentra la satisfacción de sus deseos, que fundamentalmente son dos: el hambre y el amor. Así decía Schiller: "Mientras los filósofos disputan sobre el gobierno del mundo, el Hambre y el Amor hacen su labor". Por el primero de estos deseos, el hombre busca refugio, alimento, descanso para conservar su vida. Por el segundo, se reproduce, hace inmortal su carne, se une a la tribu, funda la ciudad y adora a su dios; crea los primeros rudimentos del arte, se incorpora al proceso de la historia, porque él mismo es eso: historia. En este primer estadio la educación consiste en aprender la manera de satisfacer las necesidades primarias y ganar la voluntad de los dioses para que le perdonen el delito de haber nacido. La educación es entonces una actividad inconsciente, puesto que no ha nacido todavía la conciencia individual. Unidos los hombres por los lazos de la sangre, viven subsumidos en la conciencia de la raza. Por mí piensa mi padre, el pater familiae, mi clan, mi tribu. Los crímenes que el individuo comete no se le pueden imputar porque no es responsable de ellos. La responsabilidad corresponde a la agrupación social. No soy yo el que delinco, sino mi especie y mi raza. En tal estado de cosas el influjo educativo no puede ser deliberado porque falta, en realidad, el propósito. Queda el hecho, la acción ejercitada por caminos convencionales, y es difícil que actúe de una manera original: carece de libertad. Le domina el miedo de ofender a los dioses y sólo piensa en aplacarlos. Pasan los años. Los nuevos descubrimientos le permiten una mínima estabilidad en la tierra que pisa. El nómada se hace sedentario y establece una división del trabajo que representa el primer principio de libertad: se libera de sus necesidades más urgentes creando instituciones que son todopoderosas, que absorben al individuo y acaban esclavizándolo. Las creó para que le libertaran y lo esclavizarán, pero, por lo menos, queda libre de la servidumbre de la naturaleza al delegar en otros hombres las tareas diversas que antes tenía que hacer solo. Algunos miembros de una familia muestran determinadas aptitudes para un tipo de labor y la perpetúan. Nacen las castas; los sacerdotes son, por lo general, los maestros. Mediante una mínima especialización van surgiendo las clases: la clase productora provee a sus necesidades inmediatas; la clase militar le defiende contra los ataques visibles del enemigo; la clase sacerdotal contra el terror y el miedo a lo sobrenatural e invisible. Pero vive todavía subsumido en la conciencia de raza. No se tiene noción de lo que es el individuo ni ha surgido todavía la pregunta sobre el ser del hombre. En la mitología se establece un orden genealógico de los dioses. Se habla de su origen, de dónde vinieron, pero no adónde van. La pregunta sobre el destino implica una conciencia individual responsable que no ha surgido todavía. Los pecados de los padres caen sobre los hijos y manchan la raza entera. El crimen desciende de generación en generación sin posible redención ni rescate. En una forma tal de convivencia humana no cabe hablar de educación en el sentido que hoy damos a esta palabra: como evolución y tránsito de lo que es a lo que debe ser; como perfeccionamiento de la humanidad, más aun, de este hombre de carne y hueso que sufre y goza y padece y aspira a transformarse en algo mejor. Poco a poco este hombre, esclavo o siervo, se emancipa de las instituciones que crearon sus mayores, los jefes de la tribu. Esas instituciones no desaparecen, pero las domina dominándose e imprimiendo en ellas una dirección, una norma, una ley que es el primer síntoma de la libertad moral. Si, como hemos dicho, la educación es un hacer y sólo se aprende a hacer haciendo, llevará implícito un aprendizaje que, corno tal, no puede evitar los balbuceos incipientes, las caídas, los errores, las rectificaciones; en una palabra, los ensayos. Mientras dura este período de tanteo la educación es una actividad espontánea; tiene un carácter práctico que atiende a las necesidades presentes, a las de hoy, en este instante fugaz de la vida. No hay progreso ni perfección más que aquella que resulta del mismo automatismo que el hábito crea. El hijo hace lo que vio hacer al padre y hará que la acción se repita en los hijos de sus hijos. No hay una norma que guíe y encauce la evolución —no hay una idea de lo que debe ser, de lo que tiene que ser ese hombre que, autómata, realiza la acción—; más aun: no hay una utilización del saber que la raza va acumulando, para crear el tipo de hombre mejor a que esa raza y ese pueblo aspiran. La saciedad estática no admite cambios, no los quiere, no los desea; más aun, ni los sospecha. Y, sin embargo, el cambio, que es ley fatal en la vida de lo humano, se cumple. Los griegos son los primeros que utilizan el saber como fuerza formadora y ponen los conocimientos que han ido adquiriendo al servicio de la educación para formar verdaderos hombres. Entonces y sólo entonces la educación es un proceso consciente con un propósito definido: la formación del hombre; no del Hombre en abstracto sino de este hombre que vive a mi lado, de este niño que se sienta en los bancos de la clase y espera que se cumpla en él la divina operación educadora. La cultura —la filosofía, el arte, la poesía— pasa a ser un principio formativo, creador. La educación llegará a ser eso: un principio mediante el cual la sociedad conserva y transmite a las generaciones que van apareciendo, no sólo sus peculiaridades físicas y espirituales, su estilo de vida, su manera de ser, sino también el tesoro de cuanto ha adquirido y acumulado. Este hecho, el más esencial en la vida humana —transmisión de los bienes de la cultura para que nada se pierda—, sólo puede hacerse utilizando las fuerzas que sirvieron para su creación: voluntad y razón. Estamos, pues, analizando una tarea que es, en esencia, de carácter racional, no instintiva. La historia de un pueblo no es tanto la historia de sus hombres, lo que hicieron o deshicieron, sino la historia de su formación, en la que van implícitos sus afanes y sus sueños, sus planes y proyectos, lo que concibieron y lo que realizaron. No es tanto la historia de la obra cumplida cuanto la historia del proceso que siguieron en la marcha; en suma, la aventura del camino. Esto es lo único que importa y que nos interesa. Es lo que un día habría de llamarse el método. La educación como principio consciente, racional, formador, comienza en Grecia. "Con ella, dice Jaeger, esculpió su destino, que ha sido el destino de Europa. Destino no es un punto de llegada, sino la línea total de su desarrollo; es el propósito en que descansa su vida entera. La formación de un tipo de hombre superior era la justificación de su existencia". Es decir, se vive para algo que es superior a la vida misma: al hacer cotidiano de nuestros trabajos y nuestros días. La cultura no sólo como cultivo, como labor, sino como ideal consciente de un pueblo heredero de esa cultura. Ser heredero de la cultura griega no era sólo poseer sus manuscritos, gozar de sus obras de arte, sino ser capaz de realizar un esfuerzo idéntico a aquel que los produjo. La educación tenía que hacer que cada hombre diera el máximo rendimiento. No era una educación blanda como ha venido a ser la educación moderna, sino una educación del esfuerzo. Hoy el hombre rehuye la cultura —dice Jaeger— porque no es un beneficio sino una carga. Ha venido a ser un aparato externo, una coraza, un complicado mecanismo hostil a las cualidades heroicas del hombre. El hombre no la ama, porque sabe que no puede crearla, que no le pertenece, que no es suya. La cultura como idea, como hazaña, como aventura, como algo que hay que realizar a riesgo de la vida misma, es una invención de los griegos. Es la invención genial que hace posible eso que se llama Europa "exploradora de mundos extraños y misteriosos". "Hoy asistimos no al término de la Edad Moderna, sino al término de la historia de Europa, cuyos orígenes se encuentran en Grecia". Todo lo que hoy posee el mundo occidental salió de sus entrañas, incluso el instrumento con que hoy la insolencia de unos advenedizos le niega sus valores eternos. Todo; porque ahí, en ese rincón del Asia Menor que avanza hacia el mar Egeo con el nombre de Jonia, comienza la historia de la persona humana, su drama, su aventura, ese acontecer mil veces glorioso que se ha sacado de su propia entraña espiritual. ¿Cómo se llega a este descubrimiento, a esta auto-formación del hombre? La épica había creado la conciencia del etnos. En la Ilíada y la Odisea se encuentran los primeros principios de educación. Homero había sido el primero y más grande educador de Grecia. La epopeya canta el destino trágico de un héroe que se destaca sobre el fondo de su pueblo y de su raza. Todo lo que ese pueblo tiene que llegar a ser —sus virtudes, sus hazañas, lo que formará luego la tradición viva de las generaciones en el camino de los siglos—, el poeta lo estructura en la persona del héroe. El poeta, ayer como hoy, es el verdadero educador porque es, a la vez, intérprete y creador de la tradición de su pueblo.

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