lunes, 18 de marzo de 2013

PEDAGOGÍA - Los límites de la educación

ACTITUD ANTE LO DESCONOCIDO La palabra crisis significa presión. Estamos oprimidos por los ideales de un mundo viejo y caduco y por la angustia de algo que va a venir, que espera en acecho y que no sabemos qué es. Esta actitud humana no es nueva. Ha aparecido muchas veces en la historia del mundo. Con esta diferencia: entonces el hombre, más ingenuo, menos preparado, con más escasos elementos de juicio, veía, fabricaba o inventaba una solución clara, precisa, que estaba al alcance de su mano. Era siempre una solución de tipo optimista en aquel instante de la historia se vivía mal, cierto, pero el futuro estaba próximo y pronto iba a nacer el nuevo día, trayendo la solución de todos los problemas. Así, el Renacimiento cree que la vuelta a la antigua cultura griega y romana daría acceso a las puras fuentes de la fe; y la Revolución francesa piensa con Rousseau, que basta que el hombre vuelva a su naturaleza primitiva para que la humanidad alcance el bienestar apetecido. Siempre se trata de la vuelta al paraíso perdido. En un volver, un girar, de ahí la idea de revolución, que no es más que una vuelta al punto de partida. Es la vuelta de la rueda, de la rueda de la fortuna: hoy la suerte no nos es favorable, pero lo será mañana. El mundo no es hoy tan ingenuo. Nadie cree en la revolución, es decir, en los beneficios evidentes que va a traer la revolución. Asistimos a ella, estamos pasando por ella: no tenemos fe en ella. Tal vez porque sabemos que no se puede volver. Volver no se vuelve nunca: "No nos bañamos dos veces en las mismas aguas de un río". Tenemos la convicción de que el proceso social es irreversible. No podemos volver atrás. No podemos y no queremos. Pero no es menos cierto que no podemos pasar por encima de esta crisis negándola, dando un salto en el vacío y viviendo como si no existiese: imposible. Tenemos que sumergirnos valientemente en ella. Traspasarla con nuestra vida y dejarnos traspasar por su dolor. No se trata de conllevarla, sino de llevarla en peso, a pulso, sin que falle la mente ni vacile el corazón.

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