domingo, 24 de marzo de 2013

PEDAGOGÍA - Los límites de la educación

TENDENCIAS OPUESTAS El hombre se mueve entre dos tendencias con signos distintos y opuestos: quiere vivir, quiere conservar su vida y satisfacer el placer del instante. Tiene tendencias individualistas, egoístas, que le llevan a salvar su yo desentendiéndose de la comunidad, del tú. Quiere tener la mayor cantidad de bienestar, de lujo,de confort. Colmar sus necesidades vitales con olvido evidente de las necesidades de su hermano. Mas, por otro lado, es persona y como persona tiene la pretensión de incorporarse al proceso de la historia creando objetos —arte, ciencia, moral— que tengan una validez objetiva; más aun, que alcancen, si es posible una categoría absoluta. Quiere lo particular, concreto y contingente. Ama lo absoluto y eterno. He aquí su drama. Un drama del que no huye, porque lo ama. El hombre ama el drama. Vivirlo en su destino; pero no se con, _forma con eso; se enamora de lo que constituye su "sino", su "tragedia": quiere y no quiere; sabe y no sabe; afirma su anhelo de superación y lo niega impidiendo que ese anhelo se convierta en realidad. Sueña con un progreso indefinido y hace cuanto puede por contrariar ese progreso. Nunca como ahora ha tenido el mundo una conciencia tan clara de ese drama. Nunca como ahora ha logrado el hombre ver con nítida precisión los términos del problema como en el problema de su ser. Y si el claro planteamiento del problema contribuye no poco, en las matemáticas, a hallar la solución, no cabe duda de que hoy más que nunca cabe esperar el anticipo, el anuncio de una salvación que, por lejana que sea, no debe considerarse imposible. Los días que corren se caracterizan por el apetito de confort, de lujo, que ha llegado a ser la preocupación principal del hombre. Al ver hasta dónde ha llegado el espíritu de invención y hasta dónde la ciencia se ha puesto al servicio de la técnica para satisfacer no sólo las necesidades sino los caprichos del hombre, se diría que todo va a continuar en la misma línea haciendo efectivo ese progreso indefinido o infinito, que fue el ensueño romántico de algunos filósofos del siglo XIX. Los inventos nuevos en vez de aplacar las necesidades crean otras nuevas que demandan otros inventos, y así, en progresión inacabable, hasta lo infinito. Lo que era ayer concebido como inaccesible se presenta hoy como necesidad urgente, imperiosa; no para el capricho de un hombre, sino para el apetito, siempre insatisfecho, de la masa, de todos los hombres. ¿Qué hacer? Parece imposible contener este frenesí que si no se aplaca por las buenas se enciende, más y más, por las malas: se acude a la revolución y a la guerra; la acción directa substituye a la justicia social. Y bien, el ascenso creciente de este anhelo que no se apaga nunca parece que ha llegado ya a su extremo límite. Y los hombres, algunos hombres, los mejores, empiezan a preguntarse si no habrá llegado la hora de buscar nuevas vías, nuevos caminos, a ese afán del hombre que constituye su debilidad, pero que puede constituir su grandeza si se le cambia de signo, si se le orienta en otra dirección, con otro rumbo.

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