domingo, 17 de marzo de 2013

PEDAGOGÍA - Formación del maestro

VOCACION DE MAESTRO No hay vida sin vocación, sin llamada íntima. La vocación procede del resorte vital. En las personas de más fuerte vitalidad la vocación es más genuina, más definida, más nítida, más enérgica y creadora. Sólo carecen de vocación los que no crean, los que se dejan arrastrar por la corriente de la vida, sin reaccionar ante el mundo de manera peculiar y propia. La vocación, respondiendo a un llamamiento interior, crea un proyecto de vida que es nuestro vivir. Vivir es proyectar nuestra vida en formas nuevas, peculiares para cada hombre. La tarea cotidiana es la realización de la vida esencial, íntima. Cuando el hombre puede hacer coincidir su vocación con las formas de vida que son los oficios o las profesiones, alcanza la máxima felicidad a que puede aspirarse en la tierra, porque al trabajar se siente vivir, se siente creador. La vocación no le permite al hombre que su vida quede en mero proyecto, tiene que crear; tiene que hacer cosas poniéndose al servicio de ellas, entregándose a ellas. El hombre que marcha impulsado por una vocación consciente no aguanta la vida, no aguanta el destino como un poder cósmico y fatal externo a él, sino que hace del destino su vida misma, se entrega a él, lo toma y acepta. Siente la vida como misión. Una misión que él ha elegido y que la siente como algo inajenable, que a él solo pertenece y que nadie puede realizar por él. La existencia cobra sentido; le gusta la alegría del trabajo realizado. Nada importan las dificultades; al contrario, se convierten en acicates para la voluntad. No el fin conseguido, sino la dificultad vencida es lo que exalta el sentimiento vital. Así es como hay que plantearse el problema de la vocación. Cuanto más dificultades haya para realizarla, para realizar ese proyecto de vida que emerge del fondo vital, tanto mejor. Las dificultades no son más que el pretexto para realizar nuestra actividad. "No hay nada que se oponga más al genio que su talento", ha dicho Keyserling. Casi nunca un justo se convierte en santo. Las circunstancias desfavorables son las que deparan la máxima tensión del esfuerzo. Vocación no significa solamente vocación religiosa, ni siquiera viva inclinación a la práctica de cierto oficio, sino, más generalmente, predeterminación de nuestro ser definitivo. La vocación es una llamada dirigida del fondo de mi pensamiento, desde la infancia, a todos mis pensamientos para conjurarlos a organizarse y a unirse. Vocación significa etimológicamente, la voz, voz exterior que llama a una profesión y ejercicio. La vocación genuina es obra de amor y exige, como el amor, exclusividad del objeto amado, desinterés. La vocación implica servicio y supone una aptitud específica para servir al objeto del amor. Hay una vocación por antonomasia: la religiosa. Exige sólo amor. Después, otras vocaciones de categoría diversa: la artística, la científica, la pedagógica, que exigen amor y aptitud. Toda vocación supone siempre espíritu de sacrificio y aptitudes específicas. Pero no hay actividad profesional en la que un mínimum de vocación previa sea tan indispensable como en la nuestra. Todo el esfuerzo pedagógico, en virtud del cual un hombre ha de transformarse en maestro y una mujer en maestra, ha de ser regido por esta finalidad fundamental: la de conservar en su máximo rendimiento las cualidades intrínsecas de la sensibilidad, animada por la vocación, que le da, al mismo tiempo, el soporte de una técnica perfecta. Un maestro bien preparado hallará una gran alegría en la perfecta realización de su labor teórica, en hacer bien aquello que hace, en hacerlo con exactitud, con primor, con rapidez, con la justeza de gesto y de palabra adquiridos en su experiencia, en los libros y en su preparación profesional. Para realizar su misión, misión que cada día es más difícil, más complicada, más llena de responsabilidad, más preñada del anhelo de construir un mundo nuevo y mejor, necesita el maestro dominio de la técnica, conocimiento científico de todo aquello que es indispensable para cumplir su profesión. Pero esa profesión en lo que tiene de espiritual y religioso empieza allí precisamente donde la técnica acaba. Repitiendo las palabras de Wells, en La llama inmortal, diríamos que la escuela debe ser para el maestro el altar donde ofrenda a Dios su vida.

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