miércoles, 13 de marzo de 2013

PEDAGOGÍA - Filosofía, cultura y educación

Siempre que la Pedagogía ha pretendido desentenderse de la filosofía, su tarea ha quedado reducida a una serie de fórmulas sin el más menudo valor. Para el común sentir de la gente la filosofía se presenta como una negación de la vida, como algo opuesto a ella que la intercepta y sirve tan sólo de obstáculo. Ya lo dijo Fichte: "Filosofar quiere decir propiamente no vivir; vivir quiere decir propiamente no filosofar". Vive el hombre tranquilo con una interpretación ingenua de la realidad hasta que la filosofía viene a sembrar la inquietud en su alma. Pero la vida no consiste en someterse a la necesidad biológica del individuo, sino en ejercer la libertad y elevarse el hombre a la categoría de persona. De ahí el pensamiento de Sócrates: "Una vida sin filosofía no puede ser vivida por el hombre". Los sentidos sólo nos dan una interpretación engañosa de la realidad. Los postes del telégrafo que parecían moverse cuando íbamos en el tren, están fijos; y esta tierra tan plana y tan segura, a la que llamamos tierra firme, se mueve... y es redonda. Si los sentidos me dan un conocimiento erróneo de este mundo que mis ojos contemplan, tendré que intentar una interpretación más adecuada de esa misma realidad. Aquí comienza la reflexión filosófica, que no es más que la meditación aislada que hacemos del mundo y de lo que en él habita: personas, obras, cosas. El filósofo procura desentrañar el sentido de esa realidad que se complace en ocultarse. La ocultación consiste en que el verdadero ser de la cosa queda escondido, enmascarado por su apariencia, su fenómeno; lo que es se oculta tras de lo que no es. Y así vivimos confundidos y engañados en un mundo de apariencias que se empeña en encubrir la verdadera realidad. Vivimos entre sombras, de espaldas a la luz. No otro es el sentido de la alegoría que Platón inserta en su diálogo La república: el mito de la caverna. Encerrados los hombres en una caverna, de espaldas a la puerta por donde penetra la luz, ven cómo se proyectan en el muro encalado los objetos, verdaderas realidades, que desde la calle, al pasar, proyectan sus sombras. Los hombres que viven en la caverna, sin salir de ella, ignoran lo que pasa en la vida y toman por realidad verdadera lo que no es más que una sombra, una ficción, un sueño. Un buen día, uno de los habitantes de la cueva, impulsado por su propia inquietud, sale. En el primer instante, cegado por la luz a la que no está acostumbrado, no logra ver la realidad. Lentamente, por un proceso de acomodación, va descubriendo con doloroso esfuerzo lo que Platón llama —el camino de la ciencia— los objetos. Vuelve a la caverna y comunica a los compañeros su descubrimiento. Eso que ellos ven proyectado en el muro no es la realidad sino su sombra, su apariencia. La realidad sólo se descubre a quien primero hizo el sacrificio de su entrega, a quien comenzó por libertarse de la prisión en que vivía: "La filosofía es la ciencia de los hombres libres". El hombre que comenzó por libertarse de la prisión, el primero que salió de la caverna para ver, por mera curiosidad intelectual, lo que pasaba en el ancho mundo, adoptó ante los demás una actitud disconforme: se declaró en rebeldía. Por eso nada de extraño tiene, dice Zubiri, que a los ojos de los profanos el problema de la filosofía tenga aires de discordia. Más aun, se pierde en los abismos de una discordia en la medida en que envuelve un saber acerca de las cosas. Gresca y disputa debió ser la que armaron los vecinos de la caverna cuando su compañero vino a decirles que lo que ellos veían en el muro no era más que una apariencia vana. Pensarían ciertamente que el iluso y soñador era el que estaba en posesión de la verdad.

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